La semana pasada se estrenó el enésimo fin del mundo. En esta ocasión, corre a cargo de los mayas. Hay que descubrirse ante esta civilización mesoamericana, con esa capacidad de que, una sola vez al año, la luz solar asaetara un punto concreto de sus templos observatorios. Curiosamente, a unas solas millas marítimas de estos poderosos astrónomos y matemáticos, Colón salvó el pellejo de sus hombres asustando a esa tribu antillana con otro fin del mundo. En realidad solo fue un eclipse lunar. Más mérito tiene esa precisión de los mayas en cuadrar el apocalipsis con un dígito del almanaque actual, pues en sus cálculos también hubieron de prever el cambio del calendario juliano por el gregoriano. Y sin conocer a Julio César ni a San Gregorio.

A los humanos nos gusta ver plácidamente desde la butaca las postrimerías. Cuestión de morbo o de catarsis. En cualquier caso, una terapia controlada: a ninguna compañía aérea se le ocurre proyectar una película de la serie Aeropuerto , como si existe una película maldita en un crucero es La aventura del Poseidón . Titanic ya no está vetada por el deshielo del Artico. Es una buena noticia este catastrófico regodeo. Estamos en plena cresta de la ola de la famosa gripe, y si las cosas hubiesen tomado el morboso derrotero de esta primavera, acudir a una sala de cine para contemplar literalmente el hundimiento de la Tierra sería lo más parecido a los personajes que pintó Brueghel en El triunfo de la Muerte : el resignado festín de los últimos mortales que aún no lo son, aguardando la llegada de calavéricas hordas. Y ya ni nos entusiasma la pauta de la vacuna, cuando hace unos meses creíamos que era nuestra última tabla de salvación.

* Abogado