Llega Noviembre, invitándonos a mirar hacia el más allá, con los cipreses como telón de fondo, las visitas a los cementerios, la viejas interrogantes que nos acompañan por todos los caminos que transitamos, sobre todo, en las encrucijadas de la vida: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿En qué lugar me encuentro? ¿Es la muerte el final del camino o el principio de la vida? ¿Es posible que tantos trabajos e inquietudes, la lucha y la brega de tantos años, las alegrías y sufrimientos que impregnan la vida, todo acabe en un accidente, en un infarto, en una enfermedad prolongada o galopante? ¿Es posible que tantas injusticias, muertes violentas, guerras, sangre inocente, todo termine sin la respuesta adecuada que clama justicia y recompensa a situaciones inhumanas? ¿Qué será de las víctimas?

Teólogos, escritores y poetas, desde la orilla de la fe, nos ha dejado hermosas definiciones de la muerte.

Manuel Pineda, profesor de Escatología, nos dirá que "la muerte es el paso a la plenitud de la vida, es el puente y la puerta para el gozo eterno, es el abrazo grande de Dios, nuestro Padre". José María Cabodevilla, escritor, en su libro "23 de diciembre", afirma: "La muerte no es algo que ocurre, sino Alguien que se acerca".

Y el poeta José María Valverde reclamaba un premio final, en estos versos preciosos: "¿Qué nos darás, Señor, en premio a los poetas? / Tú nos darás en Ti, el Todo que buscamos".

El gran San Agustín nos ha dejado una hermosa "Postal desde el otro mundo", al que se imagina pertenecer después de su muerte. La envía a uno de sus amigos.

Dice así: "La muerte no es nada. No he hecho más que pasar al otro lado. Yo sigo siendo yo, tú sigues siendo tú. Lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo. Dame el nombre que siempre me diste. Háblame como siempre me hablaste. No emplees un tono distinto. No adoptes una expresión solemne y triste. Sigue riendo de lo que nos hacía reír juntos. Reza, sonríe, piensa en mí, reza conmigo. Que mi nombre se pronuncie en casa como siempre lo fue, sin énfasis alguno, sin huella alguna de sombra. La vida es lo que siempre fue: el hilo no se ha cortado. ¿Por qué habría yo de estar fuera de tus pensamientos? ¿Sólo porque esté fuera de tu vista? No estoy lejos, tan sólo a la vuelta del camino... ¿Lo ves? Todo está bien... Volverás a encontrar mi corazón. Volverás a encontrar su ternura acendrada. Enjuga tus lágrimas. Y no llores si me amas".

Preciosa la postal de San Agustín, aquel que suspiró ardientemente: "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti".

* Periodista