A parte de los indicadores tradicionales de renta per cápita o de índices de desarrollo humano con que nos desayunamos cada día, hay otros alternativos como el que acaba de aparecer realizado por la Universidad Erasmus de Rotterdam, que trata de medir la felicidad de los habitantes del planeta Tierra, una especie de ranking de satisfacción de vida, en el que España ocupa el número 16, al concluir que los españoles vivimos una media de 58,8 años de nuestra vida felices, detrás de Costa Rica, Islandia, Dinamarca o México, pero delante de otros muchos estados europeos, y lejos de los que más desgraciados se sienten en esta clasificación de 148 países que son, como pueden imaginar, estados del Africa profunda como Zimbabwe, país que se encuentra en el último puesto, con sólo 12,5 años de vida felices, y Burundi.

Hace algo más de un año, Eduardo Punset presentaba el Informe de la Felicidad en España, que, sobre 3.000 encuestas, indicaba que en nuestro país las mujeres son más felices que los hombres, y que en los ingredientes clásicos de la felicidad predominaban la salud (37%), el amor (32%) y el dinero (17%), acompañados de pareja estable, con algún hijo, y una renta al año superior a 20.000 euros. Por lo que si la situación económica no es determinante, la crisis sí esta poniendo en aprietos nuestra felicidad, si bien parece que en general apreciamos más lo que tenemos, por lo que últimamente han descendido los divorcios en España, ¿será que hay más amor o menos que repartir?

Sí, llevan razón cuando piensan que las medias y las estadísticas no sirven en esto tan personal de la felicidad, que, como decía Cervantes, cada uno es artífice de su ventura. Pero ya lo ven, en general somos bastante crédulos y conformistas, y en este Show de Truman nos declaramos moderadamente felices. Recomendaba Alejandro Casona que si eres feliz, escóndete, porque no se puede andar cargado de joyas por un barrio de mendigos. Pienso, sin embargo, que la felicidad solo cabe si es compartida; por eso, si usted se siente feliz, debe salir a la calle y contagiar con risas, abrazoterapias y buenos gestos a una sociedad que necesita sobreponerse, caminar por senderos de esperanza y mirarse en el espejo del optimismo y la confianza, que no llegarán a nosotros de la mano de terceros. La felicidad no es un premio a nuestra vida, sino una consecuencia de la misma.

* Abogado