El pasado sábado tuve la oportunidad de ir a ver la película Agora , de Amenábar. El film cuenta la historia de Hypatia, una joven astrónoma y matemática que destaca por sus investigaciones y descubrimientos pero que, anclada en una sociedad teñida por la cerrazón y herméticos dogmatismos religiosos, sufre el fanatismo visceral de sus coetáneos y es brutalmente asesinada.

Y es que a la producción científica no le han faltado nunca detractores. Siendo un continuo histórico la pugna ininteligible entre ciencia y religión, ambas han buscado desde siempre dar con la espalda de su adversario en la lona.

Afortunadamente, este enfrentamiento ideológico no alcanza ya las cotas hostiles de tiempos pretéritos y en muchos casos puede hablarse hasta de cierta tolerancia. No obstante, el cisma sigue abierto, y la jerarquía eclesiástica ruge como un león desdentado cada vez que diverge con la ciencia o sus aplicaciones:

Las células madre para la investigación, la fecundación asistida, la píldora del día después o el uso de anticonceptivos para evitar el contagio de enfermedades como el sida constituyen los principales pilares sobre los que sustentan sus inmaculados principios.

No son, por extraño que parezca, los únicos púgiles que la increpan. El saber científico se ha colado en nuestra vida y cada rama extensiva e innovadora de sus brazos es cuestionada por la sociedad. Y bien que hace. El problema es que las desavenencias, lejos de ser una cuestión de fondo, parecen limitarse a infundios de poca monta:

Hemos oído hablar hasta la saciedad del perjuicio que provoca en los menores el uso de las videoconsolas, el peligro que acecha en las páginas de Internet, o el alineamiento que produce la televisión. La mensajería móvil es una hija de Lucífer que persigue la destrucción del lenguaje y los correos electrónicos, cartas bomba que dejarán anacrónicas nuestras misivas.

Como una cacería de brujas, buscamos hambrientos resquicios desde los que criticar la tecnificación de la sociedad, sin ponderar los logros por los avances conseguidos. Lo último es la pizarra digital que va a implantarse en las clases.

¿A dónde vamos a llegar?

Alvaro Romero Alonso

Córdoba