pREIVINDICACION

nLos abuelos de hoy N

***Arturo del Pino Valencia

***Córdoba

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La mayoría nacimos en plena guerra civil o posteriormente a ella. Nosotros sufrimos un hambre "globalizada" en todos los aspectos, y que transcurrió durante los años cuarenta (los años del hambre) y gran parte de los cincuenta.

Nuestra infancia y adolescencia fueron infelices y famélicas. Estuvimos, gracias a Dios, bajo la autoridad de nuestros padres, maestros, personas mayores y agentes del orden. Entonces, solo teníamos dos salidas: estudiar o entrar en una empresa de aprendiz. Los que optamos por estudiar no teníamos nunca ni una peseta en el bolsillo.

En nuestra juventud trabajábamos, teníamos novia y servíamos a los militares --perdón, a la Patria (¿?), yo 18 meses--. Ayudábamos en casa dando la mitad del sueldo y la otra, para la cartilla de ahorro, con el fin de juntar para la entrada del piso.

Después de un largo noviazgo, y cuando teníamos solamente lo imprescindible, venía la boda. Luego, los hijos, el pluriempleo para que no faltara de nada en casa, y después de toda una vida de sufrimientos y trabajos, por fin... la jubilación.

Y, ahora, cuando tenemos más que ganado el descanso, nos "cuelgan" el cuidado de los nietos. Pero, sin pedirlo, como si fuera obligación nuestra, y, por supuesto, sin agradecerlo ni valorarlo.

Al menor descuido, ya tenemos los malos modos, las malas caras, la falta de respeto e incluso las broncas. Son verdaderos malos tratos psicológicos que no merecemos.

Yo conozco abuelos que han caído en depresiones. ¡No hay derecho a esto! ¡Basta ya! ¡Ya está bien! Pedimos a la Administración que nos atiendan psicológicamente, y que creen el teléfono de los abuelos maltratados, del mismo modo que existe el de las mujeres y y el de los niños maltratados.

pREFORMA LEGAL

nRechazo social a una ley inicua N

***Miguel Angel Parra

***Córdoba

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Muchos somos los que estamos en contra de la actual ley del aborto, pero la reforma auspiciada por el Gobierno concita un rechazo social mucho mayor.

La actual ley, aún siendo un coladero, contempla el aborto como un mal y lo despenaliza en tres determinados supuestos. La reforma, en cambio, eleva a la categoría de derecho la decisión de matar al niño dentro de las 14 primeras semanas de embarazo y no introduce ninguna condición para ponderar tal decisión. Basta que la mujer exprese su deseo de acabar con el fruto que lleva en las entrañas para que el Estado se aplique a ello con toda determinación.

Hay pocas palabras para calificar una ley semejante. Cada uno debe juzgarla en conciencia, pero una gran mayoría de ciudadanos la creemos inicua y aberrante, anclada en el subjetivismo más cruel y digna de ser contestada por todos los medios posibles.

Pocas veces nuestro país ha sido más letal para la especie humana. Cada año matamos más de 110.000 de los nuestros.

Si hay seres humanos indefensos, son, por esencia, éstos: los que mueren trizados bajo la aquiescencia del Estado en el vientre de sus madres, no sin que antes los ideólogos y los consentidores del abortismo ignoren su realidad más profunda: su indeclinable dignidad de seres humanos.

La magna manifestación del pasado 17 de octubre en Madrid, y los millones de personas que en conciencia la secundamos, prueban que la sociedad está reaccionando ante el aborto, que hay una demanda imparable de leyes eficaces a favor de la mujer embarazada y que hay una fortísima determinación ciudadana para que la mayor lacra social de los siglos XX y XXI termine, como una mala fiebre, por desaparecer.

No hay duda, venceremos.