La promesa efectuada ayer en Washington por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, de llevar a cabo "el máximo esfuerzo en Afganistán y en otras zonas del mundo" es inseparable de la decisión que debe adoptar en las próximas semanas el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Este se encuentra a muy pocos días de optar entre despachar hasta 40.000 soldados más a Afganistán o de incrementar la guerra tecnológica y las operaciones de inteligencia. Se trata de un momento trascendental cuyo desenlace afectará a la implicación en el conflicto de sus aliados de la OTAN, reacios a embarcarse en una guerra abierta. A decir verdad, la sintonía entre Obama y Zapatero es deseable porque dentro de tres meses España asumirá la presidencia de turno de la Unión Europea y se encontrará varios dosieres abiertos sobre la mesa: la redefinición de la misión de la OTAN en el corazón de Asia, la debilidad de Pakistán, las pretensiones nucleares de Irán y la propensión israelí a desoír el análisis que hace Occidente de la tragedia palestina.

Si las circunstancias no hubiesen otorgado esta vertiente multilateral a la primera entrevista de Zapatero con el presidente de Estados Unidos, seguramente hubiesen destacado más en el conjunto de compromisos la disposición del Gobierno español de acoger a presos de Guantánamo, la actuación contra la crisis económica o el propósito de Obama de importar tecnología española en materia de energías renovables y de alta velocidad.