De siempre consideré que el limbo jamás existió, ni que hubiese posibilidad alguna para que se hallare en algún lugar del Cosmos. Nunca le encontré sentido, además de no ser dogma de fe, como sí lo fue el Purgatorio, en el que creí hasta que, pasada la niñez, me sublevé como tantos a los que durante aquella se nos metiera a fuego el miedo en el cuerpo. Sin embargo, hubo quienes sí mantuvieron lo contrario e incluso existió durante siglos una tendencia a su difusión en el seno del catolicismo, muy a pesar de que jamás aquél fuera doctrina oficial de la Iglesia de Roma y de que coexistiera como una hipótesis más de carácter teológico que, a partir de la centuria del doscientos, se propondría sin razón alguna a los creyentes para explicarnos el destino de cuantos a diario mueren sin haber cometido falta personal, pero sin recibir el bautismo, que, como se sostiene por la teología más rancia, quita la mancha original de pecado. De igual modo, en la tradición católica, el limbo de los patriarcas se describía como un lugar para que temporalmente fueran hasta allí las almas de los buenos creyentes que habían muerto antes de la Resurrección de Jesús. Pero todo ello, de la noche a la mañana, me lo echa por tierra Javier Anso, al afirmar en un diario gaditano que sí, que el limbo existe y que, además, se halla en Ceuta, a tan solo tres horas de su ciudad. Ahora, desde luego, estoy con él, porque allí malviven aún varios centenares de personas, entre hombres, mujeres y niños, casi todos subsaharianos, si bien otros proceden de Asia. Llegan, como lo denunciara yo hace poco más de un lustro en un artículo titulado "Sin papeles de Ceuta y derechos humanos", desde Camerún, Sudán, Somalia, Costa de Marfil, Argelia o desde Bangladesh, huyendo de la guerra o simplemente de la pobreza más extrema que se vive en la mayoría de países del continente negro. Tras mil aventuras, y no pocos engaños, llegaron a Europa para trabajar y así poder enviar plata a sus parentelas. Y, como bien afirma quien los visitara junto a otros miembros de Justicia y Paz de una veintena de países de Europa, era verdad, habían llegado para dar comienzo a una nueva existencia, pero no por casualidad se hallaban al otro lado, a tan solo 15 kilómetros del viejo continente. Mes a mes y año tras año, sus anhelos se fueron apaciguando y así podrán comprobarlo quienes los observen en la linda ciudad norteafricana, donde los verán en sus chabolas o deambulando como muertos en vida, en una situación de máxima precariedad, ya que muchos ni tan siquiera tienen un techo digno en el que poder refugiarse, habiendo por tanto convertido las escolleras del puerto en uno de los puntos más calientes de la urbe. Por ello, también me sumo a la iniciativa de Anso, para que el ministro Pérez Rubalcaba, de una vez por todas, regularice la situación en que se hallan, a fin de cuentas su número es bastante ridículo para que puedan hacernos ningún tipo de perjuicio si lo comparamos con las cifras de cuantos en España entran como turistas. Si lo hace, su nombre será santificado en alguna de las lenguas de los países más desfavorecidos del mundo. Por eso, habría que afirmar con Javier Anso que, en Ceuta, el limbo sí que ciertamente existe y para comprobarlo tan solo hace falta girar alguna visita a sus iglesias y oenegés y escuchar cuantas historias se narran, entre tanta vida malgastada y sin saberse aún hasta cuándo podrán allí ser contadas. Hace años califiqué de valiente el comportamiento de algunos miembros de la Compañía de Jesús y de las Hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna, quienes en su defensa salieron ante el Gobierno, cuando el CETI se hallaba más que saturado, pudiendo vivir tan solo aquellos inmigrantes en la calle, entre ratas y basuras. No fue comprensible la falta de voluntad política para solucionar el problema, máxime cuando la responsabilidad estuvo en manos de socialistas. Es inconcebible que una situación así la tolere cualquier Gobierno; pero menos entiendo yo uno de tal signo político, entre cuyas máximas se encuentra la igualdad entre todos los seres humanos. Por ello, no deja de ser extraño que mientras las administraciones se inhiben tenga que ser la Iglesia y las oenegés las que mitiguen el problema y quienes tengan que hacer frente a tal situación de los desheredados de la Tierra. Hicieron bien en acudir mientras denunciaron a quienes se inhibieron ante el conflicto. Hace un lustro, el Gobierno se comprometió a dar prioridad absoluta para resolver la situación de los inmigrantes de Ceuta, incluso con órdenes de que fueran trasladados hasta la Península cuando hubieran solicitado asilo político, una práctica que para algunos había sido alentada desde sectores del clero católico. ¿Hasta cuándo -se pregunta Anso- durará la situación? "¡Quién sabe, tal vez el limbo dure hasta que seamos más quienes sepamos lo que pasa allí y exijamos que de una vez por todas deje de pasar!".

* Catedrático