Desde hace años todos sabemos que, al menos, uno de cada diez de los medicamentos que circulan por el mundo es falso, un problema que últimamente se ha visto incrementado por el uso de internet, donde lo mismo se expenden colirios para curar cataratas que jabones contra la depresión y demás productos milagro, o con las llamadas farmacias virtuales que, en un 62 por ciento, son ilegales y diariamente matan a millares de personas, si bien otras son de uso legal en algunos países occidentales. El asunto es grave y así lo considera la propia Organización Mundial de la Salud, ya que afecta principalmente a los países subdesarrollados, con muy pocos visos aún de que vaya a remitir en décadas próximas. Es un fenómeno que no decrece sino que más bien diría yo aumenta por días, siendo cada vez mayor el número de fármacos falsificados que circula por el mundo, sobre todo en el África subsahariana, donde el problema afecta a más de la mitad de los tratamientos que allí se comercializan, o en América Latina y el sudeste asiático, con algo más del treinta por ciento, lo que se convierte en un problema de salud pública mundial, especialmente en enfermedades endémicas como el sida, la tuberculosis o la malaria, pero al mismo tiempo también en un gran negocio ilegal para los traficantes de medicinas, quienes mueven ya miles de millones de dólares todos los años. Entre los fraudes más corrientes se halla el simple hecho de que el producto comercializado no contenga todo el principio activo necesario o bien la calidad requerida. Es una práctica ésta bastante extendida, si bien ya se le está haciendo frente mediante la identificación por radiofrecuencia, o lo que es lo mismo con un nuevo código de barras que controla toda la cadena del medicamento, desde el momento de su fabricación hasta que se dispensa tras su comercialización. Lo peor del caso es que el sistema aún no es aplicable en muchos países al requerir nuevas tecnologías que no poseen, encareciéndose además en unos cuatro céntimos de euro por cada uno de los envases que son puestos en el mercado.

Recientemente, el arzobispo Zygmunt Zimowski, presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, nos lo ha recordado a todos durante el congreso mundial de la Federación Internacional de Farmacéuticos católicos que, entre los pasados días 11 y 14 de septiembre, se ha venido celebrando en la ciudad polaca de Poznan sobre el argumento de la "Seguridad del medicamento: ética y conciencia para el farmacéutico". La denuncia del prelado polaco se ha basado en los datos conocidos y publicados por la OMS, llegándonos a decir que en numerosos países africanos el sesenta por ciento de los medicamentos estarían falsificados, un porcentaje que se elevaría hasta en diez puntos más en el caso de los que se expenden para combatir la malaria. "Las manipulaciones y falsificaciones de las medicinas --dijo el arzobispo polaco-- afecta ante todo a sujetos en edad pediátrica. Falsos antibióticos y falsas vacunas producen graves daños en la salud. Hay muchas muertes por enfermedades respiratorias entre los niños africanos, pues son curados con antibióticos falsos, sin componente activo y que sin embargo son compradas a caro precio". Los fármacos que reproducen con exactitud las marcas y las cajetillas conocidas, con bajos niveles de componentes activos procedentes del robo o bien del mercado negro, son más peligrosos incluso que los que no poseen ninguno, ya que podrían contribuir a incrementar la resistencia de algunos microbios a los diferentes remedios de uso legal, generando según la OMS otros más dañinos que pudieran expandirse por el mundo. Los consumidores no pocas veces carecen de cualquier garantía en la elaboración, no figurando tampoco en muchos de los consumidos por aquellos fecha alguna de caducidad, con el fin de incrementar la vida del antídoto. Las rutas y el método del tráfico de medicamentos falsificados normalmente suele coincidir con la de otros productos piratas que circulan. Para el representante del Vaticano, la encíclica del Papa Ratzinger "Caritas in veritate" considera que la seguridad en el medicamento es una de las emergencias sanitarias y éticas de los países en vías de desarrollo. Ante la situación el propio monseñor Zimowski nos invita con sus comprometidas palabras, y de forma especial a los farmacéuticos católicos, a "denunciar con valentía todas las formas de adulteración y falsificación de las medicinas y oponerse a su distribución". Citando a Juan Pablo II, explicó también que "la ganancia, legítima y necesaria, debe estar siempre subordinada al respeto de la ley moral y a la adhesión al magisterio de la Iglesia", haciendo alguna referencia, de acuerdo con cuanto no hace mucho afirmara el propio Benedicto XVI, a la situación de los niños "que elevan un silencioso grito de dolor que interpela vuestra conciencia de hombres antes aún que de creyentes".