El pan compartido: eso sí que es eucaristía. Porque una misa que, entre sus asistentes, no potencie nudos de unión y fraternidad en modo alguno creo que pueda ser considerada como la auténtica cena del Señor, en la que se sustituyó radicalmente la antigua Alianza, establecida para la pascua judía, por otra muy diferente en la que el mediador era único, en una acción de inmolación perfecta. Durante aquella no se hicieron lecturas, ni se cogió el cordero ni libro alguno de la ley, sino un trozo de pan, el mismo que se comía. Con ese profano signo de mesa compartida, con ese pan y vino, se da para mí la expresión más comprensible del Reino de Dios, que no es otra que la igualdad e inclusión de todos los seres humanos. Al comerlo y beberlo, nos comprometemos a vivir con las opciones básicas que El mismo tuviera en su propia vida, dado que estamos realizando un acuerdo. Fue así como quiso que le recordásemos con el paso de los años. Luis Alemán Mur afirmó que cuesta más repartir el pan que ofrecer meros sacrificios al Altísimo, resultando bastante más fácil convertirlo en el Santísimo para así luego poder sacarlo en procesión. De igual modo, nos apunta el referido teólogo que la eucaristía no debía ser norma, habiéndose convertido sin más, a partir del siglo VI, en la gran equivocación de la santa Iglesia católica y romana, al convertir el domingo en lo mismo que los judíos ya venían haciendo con su sábado. Algunos no entenderán que escriba yo ahora sobre ello, cuando el calor reblandece hasta las meninges. Igual es lo que debió pasarle al cardenal Cañizares, el pequeño Ratzinger de capa magna, a quien Benito llamara hasta su corte para que recondujese la reforma de la liturgia de la Iglesia y así poder conseguir que, entre otras reformas, a la misa de nuevo pudiera volver el latín, como regreso a Trento, cuando el sacerdote oficiaba para Dios y los asistentes eran sin más unos testigos del sacrificio del Calvario. Ello es lo que desean numerosos prelados y de forma muy especial los miembros del dicasterio para el Culto Divino, quienes por unanimidad votaron y presentaron el pasado 4 de abril al Sumo Pontífice, según reveló Andrea Tornielli en Il Giornale , una mayor sacralidad para el rito de la misa, también el sentido de la adoración eucarística y la recuperación de la referida lengua como principal durante su celebración. De igual modo, sus eminencias reverendísimas, con la añoranza del pasado, proclamaron que la forma de recibir al Señor será en la boca y no en la mano como hasta ahora, recuperándose también la orientación hacia Oriente del celebrante, al menos durante la consagración, quien volvería a dar la espalda a la feligresía. Es decir, habría un retorno a lo sagrado y al sentido mismo de adoración del misterio, tan demandado por el Santo Padre con su ejemplo desde hace bastante tiempo. Sería una vuelta a oficiar como los sumos sacerdotes del templo, quienes hicieron poco claro el ritual. El Concilio Vaticano II intentó caminar en sentido contrario, al haberse dado cuenta de que la eucaristía, con el correr de los años, ya se había convertido en un rito que solo compartían sacerdotes y fieles algo más instruidos, en lugar de ser sacramento del amor y la fraternidad, siendo cumbre en la vida cristiana. Creo que más que volver al pasado tridentino, a pesar del desmentido Vaticano a la propuesta, lo que convendría ante la congregación de fieles, quienes la ven como un mero rito piadoso, sería buscarle otra salida mucho más expresiva, como elemento clave en el seno de la Iglesia, ya que Dios solamente se hace presente en el amor que la acción simbólica de compartir el pan puede hacer emerger entre sus miembros, si éstos libremente se abren a ella. El amor es la esencia única de dicho misterio, puesto que lo demás es puro rito adobado durante centurias. Ya manifesté que no alcanzo a comprender la presencia de un Dios vivo, al que crucificamos diariamente con nuestras actitudes hacia los menesterosos. Sería exigible a los jerarcas de la institución eclesial que las comuniones de quienes se sienten más próximos a la Buena Noticia de Jesús mantengan un compromiso fiel de justicia social. Porque más rico que la presencia de Jesús en la mesa es el compromiso sincero que sus adeptos pudieran mantener hacia con él y con el quehacer que representó mientras estuvo entre nosotros. Se ha perdido su sentido profundo, sin el cual jamás se dará la reforma que necesita la Iglesia, no siendo posible devolver la mesa a los comensales, como bien dice el teólogo Alemán Mur, mientras Roma se quede con el rito, el menú y el comisario eclesiástico que la preside.

* Catedrático