El miedo es como la oscuridad: expira cuando la claridad se hace presente. Es lo que acaba de suceder en Argentina, donde tras años de pavor se ajustan cuentas sin coartadas posibles con los asesinatos más brutales de la dictadura, los mismos que para crecer y vivir requirieron, a partir de 1976 y hasta el 10 de diciembre de 1983, del tenebroso ámbito de terror suscitado el 24 de marzo, tras el pronunciamiento del Ejército que llevara hasta el poder al teniente general Jorge Rafael Videla, al almirante Eduardo E. Massera y al brigadier general Orlando R. Agosti, después de deponer a Isabel Martínez de Perón, quien sería detenida y trasladada hasta Neuquén. La justicia argentina, con la verdad, ha comenzado a cicatrizar heridas de años, condenando a quienes, en el regimiento de Campo de Mayo, secuestraron, torturaron y mataron. El fallo sobre los 6 criminales, el general retirado Santiago Omar Riveros, ex comandante en jefe de la Zona IV del Ejército; el general Fernando Verplaetsen, ex jefe de la inteligencia militar del referido regimiento; el general Osvaldo García, ex jefe de la Escuela de Infantería; el ex policía Alberto Aneto y los capitanes que participaron del secuestro, César Fragni y Raúl Harsich, es el primero de otros muchos procesos dados a conocer tras anularse las leyes de obediencia debida y punto final. Las leyes del perdón que Carlos Menen otorgara, en 1990, a los uniformados que cometieron tan horrendos crímenes de lesa humanidad fueron declaradas inconstitucionales por la Corte Suprema de Justicia, bajo el aliento del Gobierno justicialista de Néstor Kirchner. Resultan espeluznantes conocer las circunstancias del secuestro del joven comunista Floreal Avellaneda, hasta que apareció su cadáver en la costa uruguaya del Río de la Plata, atado de pies y manos y "con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles"; es decir, empalado con una estaca. El cuerpo apareció el 14 de mayo de 1976, día en que habría de cumplir los quince años de edad. Treinta y dos años después de tan bestial suceso, acaecido en la madrugada del 15 de abril de aquel mismo año cuando un comando militar fue hasta el domicilio para detener a su progenitor, al que no hallaron. Los responsables han sido condenados a cadena perpetua y a otras penas de privación de libertad que oscilan entre los 8 y 25 años. Los hechos se conocían desde tiempo atrás, a raíz de que en 1985 se encausara a los jerarcas de la Junta Militar. Por entonces supimos que por Campo de Mayo desfilaron varios centenares de detenidos, quienes dieron lugar a casi medio centenar de procesos aún por fallar. Fue una cacería en toda regla, en contra de lo que allí nominaran como subversión.

Todavía mantengo en mi memoria, por lo explícita que fue, la conocida frase del general Ibérico Saint Jeant, gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien adelantara cuanto más tarde habría de acontecer en aquel país hermano: "Primero mataremos a los subversivos, después a los colaboradores, después a sus simpatizantes, después a los que permanezcan indiferentes y finalmente a los tímidos". Creo que sus palabras no tienen desperdicio alguno, ni tampoco su siniestra intencionalidad, así como la del resto de milicos que las hicieran suyas mientras mostraban al mundo la más absoluta crudeza del horror y cuanto ocurriera allí de forma tan planificada y mal intencionada, dirigida a destruir toda apariencia de participación popular: encarcelando y torturando, con muertos y desaparecidos por doquier, quienes serían destruidos a conciencia para así evitar una posterior identificación. No fue solo en el referido recinto, sucedió lo mismo en la Escuela de Mecánica de la Armada, en el Pozo de Quilmas, en Automotores Orletti, así como en el Club Atlético, entre otros muchos lugares por donde pasarían millares de detenidos, entre estudiantes y obreros, políticos y sindicalistas, intelectuales y profesionales, a quienes sometieron a toda suerte de humillaciones cuando no hallaron la misma muerte "por activar ideas contrarias a nuestra civilización occidental y cristiana", según refiriera el propio Jorge Rafael Videla. Ya se han impartido algunas sentencias históricas, entre ellas a los generales Antonio Bussi y a Luciano Menéndez, si bien falta aún por avanzar en otros sumarios centrales, como el que se deriva de la actuación de los militares en la ESMA existente en la elegante avenida de la Libertad, que siempre será recordada por muchos de nosotros como el lugar más horrible de desesperación, tortura y muerte que, como terrorismo de Estado, acaeciera en aquella nación durante el mandato de las Juntas Militares de Videla, Massera o de Bignone. Sin duda alguna, el lapso autoritario más sangriento asentado en la historia de Argentina.

* Catedrático