Me alegro de que la Unesco se decidiera a recoger, como Memoria del Mundo, el acuerdo que para la expedición a las Indias firmaran, tras su fracaso en Portugal, Cristóbal Colón y los Reyes Católicos, lo que propició el hallazgo de "otro mundo" cuando ni tan siquiera aún existía España. Fueron los hijosdalgos, marineros, bajo clero regular, mercaderes y banqueros quienes organizarían tan magna iniciativa para acudir a unas tierras cuyos productos y comercio cambiarían al Viejo Continente y al recién encontrado "Mondo Novo". La fortuita exploración buscaba reducir el camino para llegar hasta Asia, navegando hacia Occidente para evitar a los turcos en el Mediterráneo Oriental, no siendo consciente Colón de lo que acabaría por descubrir. Falleció creyendo que América Central era parte de Catay o que Cuba era "una tierra firme del principio de las Indias" desde donde se podría volver sin atravesar los mares. Sabemos de sus vicisitudes hasta llegar a Santa Fe, los problemas científicos, el recelo y dictámenes negativos hacia sus ideas cosmográficas, las entrevistas previas con los hijos del santo de Asís, con el duque de Medina Sidonia, o bien con el de Medinaceli, quien le recomendaría acudir a los Reyes al apreciar que la dimensión de la empresa era más propia de ellos que para un simple noble como él. Aceptado el plan, fueron necesarios tres meses para una negociación marcadamente mercantilista y que llegaría a buen puerto por el buen hacer de fray Juan Pérez, representante del genovés, y del secretario real, Juan de Coloma. El franciscano, en forma de Memorial, defendería las peticiones, entre geniales y equivocadas, del estrambótico navegante hasta que le dieran "el plaze a sus altezas", citado en uno de los cinco capítulos que condicionalmente le concedieron el 17 de abril de 1492 para su registro en las Cancillerías de Castilla y Aragón, no recibiendo confirmación hasta 1943. Sus cláusulas eluden el fin misionero, al no saberse lo que podrían encontrar durante el viaje. El hallazgo, de forma perpetua y vitalicia, concedió a Colón y a sus herederos el título de Almirante sobre las islas y tierras firmes "que por su mano e yndustria se descubrieran o ganaran en las dichas mares Océanas", según las prerrogativas de Castilla, es decir, un título como el que don Alonso Enríquez mantenía en el reino. Igualmente, le fue asignado el décimo de las riquezas o de las mercancías obtenidas, dentro del límite jurisdiccional del Almirantazgo. En caso de que por ellas hubiese pleitos se le faculta conocer acerca del asunto y contribuir con la octava parte en la armazón de navíos que fueran a tratar y negociar a las nuevas tierras. A cambio, recibiría otra octava parte de las ganancias.

Las Capitulaciones que durante la primavera se firmaron en la Vega granadina se ampliarían en la recién conquistada capital nazarí. Se le otorgó el título de Virrey, además del de Gobernador General en las nuevas tierras, con la facultad de proponer a los Reyes las ternas de cuantas personas fueran necesarias para su gobierno, así como la merced para usar el Don y alguna que otra provisión, entre las que hubo cartas para los monarcas asiáticos, el permiso para alistar en la empresa a gentes con delitos y una orden para los vecinos de Palos de la Frontera, quienes, por su "deservicio", habrían de poner a su disposición un par de carabelas. Los acuerdos firmados adoptaron forma de concesión graciosa, si bien pudieran parecer un contrato al comprometer los Reyes su palabra. Si se concede tanto a Colón lo fue porque, de tener éxito la empresa, habría de reportar mucho a la Corona. El 23 de abril, una real provisión las afianza, no apareciendo su carácter contractual. A partir de 1495, ante el recorte que se le hizo y a la vista de la magnitud de cuanto el Almirante había descubierto hasta entonces, comenzarían las interpretaciones que dieron origen a los célebres "pleitos colombinos". En 1497, la Corona cedió a lo acordado, agravándose la situación a partir del tercer viaje con nuevos conflictos que acabaron en litigios de lo más diverso, llegando algunos procesos hasta mediar la centuria. En los años de 1540 y 1556, hubo cierta variación con el fin de que sus herederos retuvieran la acreditación del ducado de Veragua y el marquesado de Jamaica, con su isla y rentas, el título de Almirante sin sueldo ni facultad alguna, así como una paga anual de 17.000 ducados. Entre medias y después, un sinfín de derogaciones, bulas y privilegios, con acontecimientos, gestas y hallazgos durante decenios que servirían para ampliar un mundo que rompió su modelo, y al que se le impondría otro en el que destacó el secular saqueo de los imperios.

* Catedrático