Hace cincuenta años que pisé por primera vez la Librería Luque de la calle Gondomar. Era el otoño de 1958 y me trajo mi padre, desde Montilla, en una Guzzi renqueante para comprar los libros de primer curso de Magisterio. Nos atendió Antonio Osuna, que iba marcando con crucecitas, sobre la lista que le entregué, los libros que tenía en existencia; los que no, iría pidiéndolos más tarde a través de Cantos, el cosario del pueblo. Acostumbrado a la austera librería y papelería montillana llamada La Administración, regentada por otro Luque, aquella de la calle Gondomar, protegida en verano por la sombra de los viejos toldos, me fascinó. En esporádicas visitas anteriores a Córdoba, gracias a las excursiones organizadas por los Salesianos, me había acercado ya a los quioscos de las Tendillas a comprar cuentos de la colección Molino y cuadernos de aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín. Pero entrar en la "Librería Vda. de Luque, S. en C.", como rezaban las letras doradas de la fachada, fue como estrenar mayoría de edad intelectual.

Pocos años después, cuando en 1964 me instalé en Córdoba para trabajar en la naciente emisora La Voz de Andalucía , los escaparates de la Luque enseguida formaron parte del paisaje de mi vida cotidiana. Mi primer y escaso sueldo apenas me alcanzaba para pagar la pensión, y mucho menos para comprar libros, pero nadie me privaba del gratuito placer de contemplar los escaparates y quedar fascinado por aquellos decorados que preparaba un tal Miguel del Moral para presentar los libros nuevos de Ricardo Molina y de Pablo García Baena.

Parece que fue ayer. Y ha pasado medio siglo. Aquella librería de Rogelio Luque, que gestionaba el negocio desde su estratégico y minúsculo despacho, perdió su carácter cuando la casa fue demolida y hubo se reinstalarse en el extemporáneo edificio que se construyó en el mismo lugar; pero seguía siendo la Librería Luque. Años antes, Antonio se había emancipado para abrir la librería homónima de la calle Cruz Conde, esa que este sábado primero de agosto echa sus persianas como si se fuera de vacaciones de verano; pero serán unas vacaciones permanentes, pues no volverá a abrirlas.

Es triste escribir el obituario de una tienda de la cultura que ha formado parte de nuestras vidas, porque nos deja bastante huérfanos; huérfanos como lectores y huérfanos como modestos autores que mirábamos de reojo el escaparate para gozar la presencia de aquel libro recién publicado que alimentaba nuestra pequeña vanidad.

Es incomprensible que en esta Córdoba que aspira a la capitalidad cultural hayan cerrado al menos cinco librerías en los últimos años, cuenten si no: Aula, Promoción, Luque de Gondomar, no hace mucho Anaquel y ahora Luque de Cruz Conde. Lo que acabará desplazando los libros a la frialdad de las grandes superficies, donde conviven o malviven con la vecindad de los refrescos, los embutidos, las confecciones económicas y los detergentes. Donde ya no estarán, ay, estos Antonio Osuna, Paco Liso, Manolo Reyes, Rafael Osuna y tantos, para orientar, aconsejar y buscar el libro inencontrable como libreros de cabecera a los que acudir en la indecisión o la confusión. Desfilan ahora por mi recuerdo muchos gratos momentos de acercamiento a los libros, en esos expositores tan a mano de las librerías Luque, para tocarlos, ojearlos, olerlos, comprarlos, leerlos o regalarlos. Todo un festín de letras, alimento del espíritu, a cuyo amparo siempre encontrábamos amigos gratos con los que conversar sobre libros.

Una ciudad universitaria de rancio abolengo cultural como Córdoba debe avergonzarse por asistir impasible a esta sangría de librerías que cierran al tiempo que abren nuevos bares, bendito sea Dios, ya que nos habíamos hecho la ilusión de superar el sambenito de las trescientas tabernas y una sola librería. Hoy día en que se subvenciona el cine, el teatro y el turismo social, y se despilfarra el escaso dinero en promover actividades culturales de dudoso interés, ¿no podría subvencionarse el mantenimiento de las buenas librerías para que no nos quedemos huérfanos de su benefactora acción cultural? Cuando la televisión desvergonzada se empeña en inundarnos el salón de basura, la muy zafia, es más necesario que nunca tener a mano una buena librería donde encontrar el libro que nos ayude a cultivar el espíritu y conservar la dignidad.

* Periodista