Con este tsunami de calor que venimos padeciendo, con este sofoco veraniego, justiciero e implacable, que se añade a otros menos estacionales pero igual de impertinentes y bochornosos parece como si a media jornada, la vida se paralizase, los ritmos alteraran la programada etapa contrareloj, y todo el tiempo del mundo, detenido y rendido al fin, fuese nuestro.

Tiempo para el ocio y la cultura, para leer aquel libro que nos comentaron, para compartirlo con quienes más queremos, para hacer esas llamadas que hace tanto deseamos, para visionar aquel clásico del cine, para repensar y proyectar acciones futuras, para escuchar nuestra música preferida, para descansar de la dura briega diaria, para relajarnos en el refugio del hogar. Ese tiempo que ahora no invertimos en reuniones, viajes o salidas, se convierte en un preciado lujo a nuestro alcance, que podemos optimizar si somos conscientes del tesoro que poseemos. La importancia del tiempo está en lo que hacemos con él. Por eso, no malgastes tu tiempo, cada minuto que pasa, diría Ghandi, es irrecuperable.

Merece la pena complacerse con las tardes del tórrido verano. No mates el tiempo y disfrútalo, porque nadie tiene la certeza de un nuevo invierno. La mejor cuenta de resultados, ahora que mucha gente exige rentabilizar y optimizar los recursos, es disfrutar de tu tiempo. Tempus fugit , que unos días al año se detiene ante nosotros como un trozo de eternidad que nos pertenece. Aconseja el psicólogo Javier Urra que practiquemos también el vacío temporal, esa terapia de sumergirnos en el agujero insondable del silencio y la nada, suspendidos en el goce de nuestros propios latidos. El verano no es época de hacer más cosas, de ir más deprisa ni más lejos, sino que es tiempo de contemplación, interior de nuestros mundos y anhelos, y de todos los paisajes exteriores que nos rodean, a veces, sin darnos apenas cuenta. Tiempo de quietud creadora y de vibrantes o placenteros silencios, sin necesidad de ofertas de última hora ni desahogadas cuentas bancarias.

* Abogado