Durante días no hubo otra información en los telediarios, emisoras de radio y diarios deportivos o no: el fichaje de Cristano Ronaldo por el Real Madrid por unos 94 millones de euros. No se sabe de donde sale tanto dinero negro o blanco en plena crisis económica. Ni cómo estará de forrado ese constructor llamado Florentino Pérez. Ni cómo es posible que se gaste tan desmesurado dineral en la parodia del pan y circo. El dinero, la muerte y el placer suelen sincronizar, en ocasiones, el reloj del hado en cualquier paisaje fortuito y obsceno. Un futbolista mercenario tiene el mismo valor intrínsecamente humano que un mercenario hambriento que cruza el mar en una de esas pateras a rebosar de pobres africanos. Un winsdsurfista de clase acomodada que hace cabriolas sobre el viento del Este en una playa de Haway, tiene el mismo valor. Sin embargo, en esta sociedad de paisajes fortuitos y obscenos la mayoría solo distingue en el azar de las vidas el color del dinero. Nada desmoraliza tanto como esta conclusión desolada: todo se basa en los instintos y en los intestinos. El que come desmesuradamente tiene cada vez menos compasión del que no come y acaba por no tener ninguna. Debería ser un axioma moral para el control del neoliberalismo económico que nos ha llevado al desastre y promete repetirlo tras las pasadas elecciones europeas, como si no hubiera necesidades que cubrir, ni débiles a quienes amparar, ni inmigrantes a quienes proporcionar un plato de comida por un trabajo honesto. Extraña moral la de esta escuela del pensamiento único que ha conseguido tantos votos en las últimas elecciones. Eso quiere decir que la mayoría está con ellos, que no hay problemas, que en este país todos somos dichosos, la gente se va de vacaciones y aumenta el parque automovilístico a costa de las subvenciones que entre todos pagamos a los concesionarios. Extraña moral que no se plantea la existencia de un pensamiento humano y solidario. Extraña moral que considera lógico que en la sociedad del bienestar un hombre se vaya transformando, poco a poco, en una mala conciencia o en una conciencia anodina y que, encima, se sienta a gusto.

Hay gente que considera positivo que un futbolista gane miles de millones al año, libres de impuestos. Lo obsceno del paisaje dió motivo en una ocasión a mi admirado Forges para escribir este texto en una tira tragi-cómica: "Estas huellas que se perciben en el suelo del jardín", le dice un gnomo a otro, "son las lágrimas de los intelectuales". Y es que la auténtica tentación del hombre que piensa es llorar de impotencia y enmudecer. Ante tanta obscenidad reinante el pensamiento del hombre inteligente y honrado llega a su máxima dignidad con el silencio. Lo entiendo, aunque creo que en el callar no está la solución al problema de las obscenidades. Creo, por el contrario, que la intregridad del hombre consiste en que en cada momento le esté permitido decir lo que piensa en un mundo en el que solo se habla de precios. El precio de un futbolista, el más tolerado por la gente. El precio de la fama. El alto precio desconocido de un inmigrante que, primero, paga en dinero (no sé de donde lo sacan) para llegar a la patera, y luego, si no tiene la suerte de cara, puede pagarlo con su propia vida.

Por una rara perversión del sentido de las cosas los 94 millones de euros de Cristiano Ronaldo y los otros tantos del futbolista Kaká se justifican, a los ojos de muchas personas, por el sentimiento idolátrico del hincha. Los miles de millones de los excelsos futbolistas están justificados. Ese es el gran poder de la doctrina del pensamiento único: la moral de la ambición y del precio lo justifican todo. Todo está en compraventa. Cualquier precio, por elevado que sea, es considerado un precio justo si causa el bien social inestimable de adormecer a las conciencias de las masas en el sueño de sus mediocridades. Aunque esas mediocridades solo se manifiesten en ganar la próxima liga de fútbol o la copa de Europa. Al precio que sea.

* Poeta