Mientras los futbolistas tocan la pelota y ganan miles de millones, los intrusistas masajistas recorren las playas todo el día a 44 grados para tocar por cinco euros a quien nadie toca porque además de ser un cuerpo viejo y chungo, el colega no tiene dinero para una masajista legalizada. Así, la poli persigue a los masajistas mientras a los futbolistas les persigue todo el mundo. Como con los pisos y casas, los precios de estos jóvenes y los corretajes se volvieron por las nubes y todo ese capital poco tiene que ver con el deporte sino con un plan preconcebido del capitalismo más salvaje. Desde la Sentencia Bosman que permitió más de tres extranjeros, el fútbol se ha vuelto loco y chavales con 20 años que cometen la gran hazaña humana de correr 90 minutejos tras de una pelota se llevan el sueldo de un país entero. Al menos la burbuja inmobiliaria dio de comer a mucha gente. Una de las formas de acabar con esto sería restaurar el orden establecido volviendo al cupo de los tres extranjeros, así habría menos capacidad de maniobra de los clubes para hacer dioses a niñatos a cambio de miles de millones que se quitan de la circulación. Además el fútbol recuperaría su sentido territorial. No voy a caer en la utopía (¡viva el Bilbao!) de que la burbuja deportiva estalle pero mientras esto ocurre --que ocurrirá porque las putas y las lechugas tienen su temporá -- urgentemente los clubes deben crear obras sociales por decreto. Los mandamases del fútbol son chorizos con licencia y los masajistas de las playas, buscavidas con título no homologable.

* Abogado