No se puede evitar que el sol veraniego caiga como plomo ardiendo sobre bosques y campiñas. Tampoco se puede evitar que pirómanos alocados o interesados rieguen con gasolina matorrales y barbechos. Quizás sí se podría evitar con campañas eficaces para que nadie arroje a las cunetas colillas humeantes y botellas de cerveza. El cristal convierte los rayos solares en lenguas de fuego. Pero la prevención sí es posible cuando año tras año se limpian los bosques, se vigilan los cortafuegos y se prohíbe tajantemente la moda de las barbacoas en plena naturaleza. Al campo en verano hay que ir con la tortilla de patatas cocinada en casa que fría está exquisita. Con estas precisiones no se evitarían totalmente los más de 30 fuegos que ahora asolan montes y bosques de España. Pero estamos seguro que se limitaría la amplitud y, sobre todo, la tragedia provocada por aquella vieja expresión ¡fuego de Dios¡ que sugiere gran enojo e incluso furor. Oía hace unos días en una emisora de radio a un bombero profesional: "Prefiero 10 incendios de fabricas que uno en el campo". Argumentaba que en el bosque si no se conoce perfectamente la orografía, como les ocurre a los bomberos de ciudad, apagar un fuego es muy peligroso. Para colmo, las personas afectadas en sus propiedades sólo pretenden que los retenes acudan a salvar lo suyo. Y provocan el caos. Para evitar los fuegos hay que plantear su extinción antes con armas eficaces. Un combate previo estratégico para lograr la victoria en la batalla contra este peligroso aliado del viento.

* Periodista