Llegó a la India, al comienzo de la década de los años 50, al sado de Maharasthra del que tuvo que salir y al que jamás regresó.

Su entusiasmo de jesuita recién ordenado tropezó con el rostro implacable de la pobreza y su opción fue clara: los pobres.

Mientras por entonces en toda Europa se vivía el histórico mayo francés, Vicente Ferrer comenzaba una nueva vida, dejaba la Compañía de Jesús y hallaba su lugar en el estado sureño de Andra Pradesh, concretamente en Anantapur.

Allí empezó su particular revolución contra la pobreza, poniendo en práctica aquello en lo que siempre creyó: que es posible cambiar el mundo y que las palabras tienen que dar paso a los hechos.

Enjuto, escueto y parco en palabras, tenía una mirada que inspiraba confianza, toda su persona transmitía credibilidad, a pesar de ese aire de misionero despistado.

Aquí están los hechos, ha vivido con sus queridos indios, por ellos y como ellos, creando su propio estilo de cooperación, con un fin: vivir con dignidad y esperanza.

Un modelo que tiene poco que ver con los grandes proyectos: mucha técnica y poca humanidad.

A Vicente Ferrer sólo le interesaban los seres humanos, los mismos que le han acompañado en su ultimo viaje.

Acaso en estos días de descanso, sería bueno repasar las últimas siluetas, con las que acaba de decirnos adiós, para grabar en nosotros sus últimos mensajes.

A Vicente Ferrer le preguntaron una vez: "¿Qué política salvará al mundo".

Y respondió así: "Convéncete: la mejor política es la de amar al prójimo como a uno mismo".

Sin duda, estas palabras del gran cooperante Vicente Ferrer constituyen una bocanada de brisa fresca para el calor y una luz en medio de la noche.

* Periodista