No voy a hablar de la ley del menor, aunque también podría hacerlo; solo quiero reflexionar sobre las reiteradas noticias de niños violadores, los cuales no deben ser tan impúberes como parece, dada la naturaleza de su delito. No creo, tampoco, que estos precoces malhechores procedan de ningún estrato social determinado, y a las estadísticas existentes me remito.

Sí que son el resultado, en cambio, de una concepción hedonista de la vida, la cual exige la satisfacción perentoria e inmediata de cualquier deseo, sin que importe su coste ni el daño que pueda causar a los demás.

La falta de valores morales que supone semejante actitud, de nulo autocontrol personal y de ausencia de empatía con el prójimo, lo mismo conduce al absentismo y a la violencia escolar que al uso de drogas y a la delincuencia sexual. Porque, vamos a ver: ¿cuántos otros sucesos como los de Baena (Córdoba) e Isla Cristina (Huelva) no se habrán producido sin que tengamos noticia de ello? ¿Y cuántos más se van a producir sin que lleguemos a enterarnos?

De momento, y a pesar del denso silencio social y de la habitual ocultación familiar de estos casos, en el 2007 la fiscalía registró 1.501 delitos contra la libertad sexual protagonizados por menores.

Todo ello resulta abrumadoramente perturbador, al igual que la obligada utilización posterior, en muchos casos, de un traumático aborto como la única posible medida contraconceptiva que puede adoptar la víctima. Por eso, no debemos esperar a que hechos similares vuelvan a producirse para tomar, entre todos, drásticas medidas psicológicas, educativas y sociales de carácter preventivo.

* Periodista