A las que faltan.Llegamos al barrio en el 55. Veníamos huyendo del hambre del campo o del hacinamiento de las casas de vecinos de la capital, en aquella larga y negra posguerra que parecía un túnel sin fin. Casi todas teníamos apenas 20 años y estábamos recién casadas. Algunas traían ya hijos, otras los tuvimos en aquellas casas nuevas en las que comenzamos una nueva vida. Nuestros maridos eran obreros que comenzaban a encontrar trabajo. Eramos pobres, de una pobreza digna en la que nunca dejamos que se introdujera la miseria. Algunas trajeron también a las abuelas, otras tuvimos que contar solo con nosotras mismas y con las vecinas para criar a los hijos, muchos, que pronto llenaron aquellas calles polvorientas de una incontenible vida.Los niños fueron de todas y todas éramos sus madres y entraban y salían de todas las casas por aquellas puertas siempre abiertas de par en par. En todas hubo siempre pan con aceite --y después tele-- para todos. Luchamos duro, muy duro, para salir adelante y del brazo de nuestros maridos luchamos más duro aún por mejorar las condiciones del barrio. Esa lucha consiguió que se asfaltaran por fin las calles y que se arreglaran los tejados.Un día nos dimos cuenta de que vivíamos bien, mucho mejor que antes, con las apreturas normales, pero que nuestros hijos habían dejado de jugar a la pelota, a la comba o a las pandillas calle contra calle, se echaban novias y uno a uno se iban yendo de la casa para casarse. Aunque matrimonios más jóvenes también vinieron después a tener más hijos, hubo una época en que se echaba de menos el griterío de los niños jugando en nuestras calles.Y nos fuimos quedando solo con nuestros maridos y los cuartos vacíos.Pero pronto volvieron las risas infantiles a nuestras casas y a nuestras calles de manos de los nietos que se juntaron con los hijos de las nuevas, a las que acogimos sin reservas en la red.La vida cambió mucho. Son muchos años. Algunos de nuestros maridos murieron. Algunas de nosotras también.Pero las que quedamos, codo a codo con las nuevas generaciones, las que siguen viniendo a vivir aquí con sus maridos y sus hijos, seguimos manteniendo viva la llama de la unión, del cariño y de la solidaridad que siempre caracterizó a este barrio. Al barrio de Cañero.Rosalía León OrtizCórdoba