Hace 40 años, el 20 de julio de 1969, Neil Armstrong ponía el pie en la Luna. Aquel pequeño paso --recordemos la frase completa: "Este es un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad"--, llevaba en sí los frutos de una visión grandiosa. Habían pasado apenas ocho años desde que el presidente Kennedy expusiera ante el Congreso de Estados Unidos su firme convicción de alcanzar tal empeño: "No será simplemente un hombre el que vaya a la Luna, sino toda la nación, pues cada uno de nosotros debe hacer todo lo posible para que llegue allí".

Ahora, el recuerdo de los protagonistas, la conmemoración de la efemérides, el ancho abanico de las impresiones más variadas. El momento fue mágico, el asombro fue total. La euforia, indescriptible. Pero a los jóvenes de aquella generación se nos quedó grabada una frase, las palabras que pronunció Aldrin, el segundo astronauta en echar pie a la Luna. Tras sus primeros pasos cautelosos, se le escuchó con toda nitidez la siguiente impresión: "Hermosa vista, magnifica desolación". ¿No era aquella descripción sucinta y primeriza, un jarro de agua fría sobre la cabeza de la humanidad enfervorizada y pletórica de orgullo denominador? Quizá, Aldrin, sin saberlo, se hizo de unas palabras del Papa Pablo VI, quien, meses antes, había definido al siglo XX, como "un siglo magnífico y horrible". Y Juan Pablo II, en su encíclica "Redemptoris missio", nos ofrecía también estas palabras: "Nuestro mundo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador". Y es que todo es magnífico pero también terrible, según el uso que demos a nuestras libertades, según la sincronización de nuestra vida con los paisajes de la tierra, según los latidos de nuestro corazón, según la posición de nuestras manos, abiertas al saludo y al abrazo, o cerradas en puños airados para el golpeo sin piedad. Ricardo Artola, editor y escritor, acaba de publicar "La carrera espacial. Del Sputnik al Apollo XI", una obra trepidante sobre el origen de la carrera espacial y de cómo el hombre llegó, vio y se posó en la Luna, mientras la caravana de los escépticos o de los que mantienen que el hombre jamás realizó ese viaje, mantienen su postura. La verdad es que aquel acontecimiento supuso, en el corazón de la historia, una buena inyección de ilusión y de optimismo, dentro de los paisajes multicolores de la década de los 60. El mundo buscaba metas esplendorosas, con grandes personalidades a su timón. Ciertamente, la llegada a la Luna suponía un gran salto para la humanidad. Y aquellos astronautas dibujaban el poder de la técnica, el valor del esfuerzo, las posibilidades de una nueva humanidad.

* Periodista