Leída en un suplemento científico la noticia causó cierta agitación a los ensimismados fantasmas de mi cerebro: "Un complejo baile de genes produce células de derechas o de izquierdas". Células que transmiten a los genes del proyecto de persona la determinación del carácter, desde las primeras fases del desarrollo embrionario. Así que la identidad política, la ideología, no es casual ni es influída por los códigos de la conducta educativa ni el medio convivencial ni la herencia sociológica. Días tiene la vida en los que nos levantamos del lecho del escepticismo y nos restregamos los ojos con noticias como ésta del determinismo político de los genes, publicada en la prestigiosa revista Nature por un biólogo español del Instituto Salk de California. De ahí que mi destino izquierdista como el destino derechista de mi vecino obrero no tengan otra explicación que la propia naturaleza de nuestras respectivas bibliotecas biológicas. "Caronte" se llama el gen (como el nombre del mitológico barquero del Hades) que interacciona el programa genético de cada individuo con ideología, que tampoco somos tantos, habida cuenta de que la mayoría de los votantes e incluso de los militantes de derechas o de izquierdas suelen llevar la identidad política en el estómago o en la cartera o en el corazón.

Puestas así las cosas tiene su explicación el aumento de las fachadas deslucidas por los desconchones de la causa. Que el PP (cuya procedencia ideológica derechista emana de los años antecesores a nuestra democracia) se siga negando a considerar un "golpe de estado fascista" el levantamiento militar de Franco, tiene su explicación. Los genes de sus parlamentarios no han querido traicionar su identidad biológica. Como mis genes consideran antinatural que un partido político con supuesto revoque centrista-reformista no condene, aunque sea a toro pasado, tal acto de rebelión militar. Magnífica ocasión perdida para demostrar a sus votantes más coyunturales que el centro de gravedad de la derecha es tan asimétrico como sus políticas neoliberales. Una de sus líderes, Esperanza Aguirre, me recuerda a Madeleine, aquel personaje de La invención de Morel , que nunca se supo, ni Borges llegó a explicarlo, si era una dama fantasma con perfume de diamelas en el pecho, o una imagen evadida de los espejos de la Historia, pura reminiscencia de un ciclo antecesor, como el de la "dama de hierro" de la Inglaterra anterior a Tony Blair en el caso de Doña Teófila, alcaldesa de Cádiz, mujer muy convencida de sus principios, muy leal a sus genes cuando confiesa que ponerse a hablar a estas alturas de una condena al golpe militar de Franco es como retroceder al tiempo de los fenicios.

Tal vez olvidan las señoras Aguirre y Martínez que aún somos millones, muchos millones, los que nacimos y vivimos bajo las consecuencias posteriores de aquel golpe militar. Los que bajo la determinación de nuestros genes (que no son, por supuesto, de la misma identidad que los de Doña Esperanza y Doña Teófila) tuvimos que soportar aquella sensación de pesadez histórica que supuso el franquismo. No es para echar "pelillos a la mar" así como así, para olvidar aquel epílogo que lastró nuestras jóvenes vidas de entonces. La señora alcaldesa de Cádiz y la presidenta de la Comunidad de Madrid, así como sus compañeros de partido, han tenido ocasiones para convencernos de que el revoque de las fachadas deslucidas es auténtico, de que hay verdadera voluntad en convertir a un partido de la acérrima derecha española en el partido centrista-reformista que quieren vendernos y ojalá fuera cierta tal propuesta. Por ahora seguimos esperando que condenen aquello que no fue sino un golpe de estado en toda regla contra la República española. Por una razón fundamental: el voto de la extrema derecha, muy abundante y más políticamente determinativo que el voto coyuntural de los oportunistas y los ingenuos.

* Poeta