Cuando se producen y suceden muchos actos multitudinarios acá y allí, en nuestra ciudad, en el país, en todo el ancho mundo, uno se siente abrumado, con demasiados frentes a los que acudir y con escasas fuerzas para entender e interpretar. Nos sentimos incapaces de formular conclusiones acerca de cómo somos y de dónde estamos. Es decir, nos sentimos intranquilos.

El acto local, solo relativamente masivo, es bastante fácil de calibrar. Aunque los organizadores se esfuercen en propagar su éxito, por las cartas de adhesión de que presumen nos dan pista de su fracaso, del gran número de significativas ausencias.

Ya en el ámbito nacional nos llama la atención no la ausencia, sino la presencia de demasiada gente. Setenta y cinco mil personas apiñadas para ver a un hombre, solo un hombre, saludar con los brazos allá abajo, en el centro del césped del estadio y decir muchas gracias, no más; parece sencillamente una estupidez, sobre todo si aquel hombre no ha descubierto una vacuna para la gripe A ni ha hecho nada trascendente para la humanidad, su vida o su pensamiento. Pero si al tiempo de la celebración del acto o a su terminación el gentío se disloca para comprar una camiseta porque tiene el número 9, apaga y vámonos. Uno se siente triste, la verdad.

Y en el extranjero, según nos cuentan los periódicos y nos muestran las televisiones, al mismo tiempo que en China dos muchedumbres encontradas se tiran a matar y luego llega la policía matando, al parecer porque dos etnias se enfrentan, en otro continente miles de personas enfervorizadas se reúnen, en selección privilegiada, para despedir el cadáver calvo de un melenudo cantante que fue bueno, pero al que no quedaban fuerzas para afrontar sus deudas y sus nuevos bailes y cantes. Ahora, sin lo uno y sin lo otro --solo viejos reportajes-- los cajeros de la muerte empiezan a cantar aquello de money, money .

Y en Honduras, provocando condenas y actitudes universales, dos muchedumbres de hermanos, o al menos de paisanos, se enfrentan violentamente sobre una cuestión que nos tiene perplejos: ¿debemos apoyar el regreso del presidente expulsado solo porque fue democráticamente elegido, aunque se le viera el plumero de su caminar hacia la dictadura encubierta con su pretensión de perpetuarse en el poder?

Sí, lo mejor es que vuelva y que proclame que retira lo de su perpetuidad, pero ya toda solución pacífica parece imposible, porque se ha pasado de la quema de contenedores y autobuses -eso es siempre el principio- a las muertes, que las fuerzas del orden -es un una forma de llamarlas- producen y luego explican que se han producido los mismos socios de la revuelta, algo que nadie cree, claro.

¿Y en la Argentina? Algo ocurre, pero de esas muchedumbres que se agitan, lo único que vemos claro es que en esta ocasión no hay concierto de cacerolas. Eso no es ver mucho. Nada nos aclaran las imágenes: ella haciendo proclamas exaltadas y él, su marido, mirando con estrabismo desde la segunda fila, al parecer sepultado en dudas.

No solo en esta nación, sino en otras muchas hay siempre muchedumbres, multitudes silenciosas. Una en esta hora es llamativa, la de víctimas de la pandemia gripe A. Por el momento solo mueren los debilitados por otros padecimientos o carencias, pero ¿quién nos asegura a los muchos millones de impávidos, que esperamos la comercialización de la vacuna, que estamos a salvo de un desastre?

Pero no hay prisa, porque tenemos una fácil solución. Si aquí mueren pocos de gripe nos esforzamos por incrementar los muertos echándonos a la carretera de forma masiva, con retenciones kilométricas, sin ponderar que muchos de los aspirantes a veraneantes, demasiados, quedarán muertos en la carretera. Inventemos pastillas para disimular la tasa de alcohol en sangre, lo que nos permitirá conducir borrachos, y avisadores de rádares, lo que nos permitirá correr a todo correr, que para eso tengo un coche guapo.

¿Y las masas movidas por políticos? ¡Cuan interesantes! Que llamativa esa que se constituye para proclamar que su jefe es el más honrado de todos, aunque acepte regalos millonarios de mafiosos y en conversaciones telefónicas les diga que los quiere un montón.

* Abogado y escritor