Parpadea y todo habrá cambiado a tu alrededor. Ni la amplitud del horizonte ni la firmeza de las montañas es la misma de hace solo un instante. Ni tan siquiera tú eres el mismo, tu cuerpo cambia y se transforma a cada momento. Un ciclo inevitable para que todo continúe igual. Por lo que es necesario recordar. Hubo solo un hombre en la tierra, según nos cuenta Borges, que poseyó el derecho a pronunciar ese verbo sagrado. Su nombre fue el de Ireneo Funes y era capaz de evocar, con la misma nitidez con la que nosotros retenemos una circunferencia sobre una pizarra, las formas de las nubes del amanecer del 30 de abril de 1882 o cada una de de las imágenes cambiantes del fuego. Ni Ciro, rey de los persas, que llamaba a cada uno de sus soldados por su nombre, se podría medir con él.

Precisamos recordar para aprender y olvidar para seguir viviendo. Aquel que no ejercita su memoria, que no conoce su pasado, repite una y otra vez las mismas estupideces y está en disposición de cometer idénticas atrocidades. Sin ella el mundo no existe. Un enfermo de Alzheimer puede sentir una caricia o contemplar un paisaje, pero es incapaz de reconocer el rostro de su hermano, el granero de los recuerdos se le agotó y sin este no sabemos ser en el presente. La flaqueza de memoria suele jugarnos malas pasadas y nuestra supervivencia pende de la misma. Rememorar es preciso para comprender y avanzar, para crear sociedades llenas de porvenir. Para no relegar nunca a las víctimas de ninguna barbarie humana y que sus recuerdos se pierdan sin más entre los negros vericuetos del olvido.

* Guionista-realizador TV