Ya afirmé en días pasados que el mejor camino para solucionar el problema, tras el golpe contra la legalidad encarnada por Manuel Zelaya, no era otro que el del sendero del diálogo. Afortunadamente, somos muchos quienes así lo vemos y, entre ellos también Hillary Clinton, quien lo ha entendido bien al apoyar la mediación del presidente costarricense y premio Nobel de la Paz, Oscar Arias, para solucionar el conflicto y evitar así la violencia en Honduras, lo mismo que de igual modo lo hace el propio presidente Obama, quien desde Moscú hace unos días nos reiteró su apoyo al depuesto presidente, señalando que lo hacía por respeto al principio universal "de que los pueblos deben elegir a sus propios líderes, coincidamos con ellos o no". Estoy seguro que muchos en el Pentágono o en la CIA no coinciden con dichas opiniones suyas, pero estoy seguro también que si Washington se muestra firme en las circunstancias actuales al Gobierno de facto le quedan dos telediarios y medio, caerá pronto y más aún con la presión internacional que se ejerce diariamente sobre él y que espero haga fructificar un diálogo sincero entre unos y otros. Y así, con él, se le pueda buscar una salida a tan singular golpe de Estado contra la democracia en Latinoamérica, que espero no sirva de ejemplo. Porque, ciertamente, se ha atentado contra de ella, por parte de los 124 diputados del Partido Liberal y Nacional en el Congreso de Honduras, quienes lo permitieron o lo impulsaron, por mucho que algunos dijeran que no y, entre ellos, cómo no, los jerarcas de la Iglesia católica, alineada con los oligarcas y con el poder. Y, en su inmensa mayoría, desde el comienzo, con el Gobierno de facto de Roberto Micheletti, como ya lo hicieran también en su día en España con los golpistas de los pasados años treinta,o en la Argentina y en el Chile de los setenta de nuestra anterior centuria o en tantos lugares del mundo civilizado, que se vieron sacudidos por hechos de similar naturaleza. Me han defraudado estos seguidores de quien trajera la Buena Noticia, sobre todo por su tibieza con cuanto allí acaece. Lo mismo que tampoco esperaba los comentarios de aquella Conferencia Episcopal, ni los del cardenal Oscar Rodríguez de Maradiaga, con el que colaboro, a través de la ONG "Proyecto Honduras", en varias de las obras sociales de su diócesis y por quien, al igual que mi admirado Benjamín García Soriano, siento una profunda devoción. Sin embargo, afortunadamente, no todos han planteado el problema así, ya que hubo otros prelados, como monseñor Luis Alfonso Santos, obispo de la diócesis de Copán en el occidente hondureño, quien ha disentido abiertamente del cardenal de Tegucigalpa, al emitir un comunicado en el que su posición sobre la crisis que se vive dista mucho de la suya y de la del resto de los mitrados de aquel país. El no ha querido ser fiel, como los demás que tanto saben de dictaduras, a los intereses de los grupos nacionales o transnacionales, pontificando a golpe de báculo qué es lo legal y lo que no. Solamente ha sabido oponerse con dignidad al golpe de Estado junto a su pueblo, al lado de quienes ahora sufren más, de los pobres, de los silenciados y de cuantos nunca tienen voz en estos difíciles momentos por los que atraviesa aquel pequeño país centroamericano. Por eso, me congratulo con su valiente postura y le muestro mi fraternal reconocimiento. Por el contrario, deploro la actitud de cuantos mitrados, hondureños o no, y entre ellos, los de la CEE también, no han abierto la boca para decir algo acerca de cuanto allí acaece. Ellos, andan seguro mucho más preocupados con el tema del aborto o por el dinero a recaudar con el IRPF o bien con la visita de algún Administrador Apostólico al Vaticano, que por defender la democracia en un país hermano que grita por sus cuatro costados justicia y defensa de la legalidad constitucional, para que encima tenga que aguantar ahora que su Congreso les diga que igual le podrían conceder una amnistía a Zelaya por los delitos de que se le acusa para que pueda volver al país algún día sin temor a ser detenido. Y digo yo, que si había cometido alguno no entiendo por qué le dejaron marchar o para detenerle, por qué no dejaron aterrizar su avión en lugar de impedirlo o bien por qué Interpol se niega a acatar la orden emanada desde Tegucigalpa. No será que el presidente legítimo no cometió irregularidad alguna y que su único delito fue ponerse de parte de los más desfavorecidos se su pueblo. Ahora, con las presiones, ya no saben como enderezar el asunto. Al final, todos habrán de ceder, se convocarán elecciones y pactarán para no permitir a Zelaya aquellas reformas que pretendían sacar a Honduras de su secular pobreza, aunque para ello, él mismo, hubiese tenido que repetir en el poder.

* Catedrático