Ayer los cristianos celebramos el día de San Juan, El Bautista, aquel al que le cortaron la cabeza por proclamar la verdad. Y es curioso, porque no conmemoramos su muerte, sino su nacimiento. Y es obvio, ya que desde que se constituyó su vida como un cigoto (para algunos, engendro aidomórfico susceptible de ser exterminado), ya era un santo de Dios. Ayer fue el día en el que, por extensión, también se celebró la vida en mayúsculas, en toda su dimensión: para muchos esa que empieza y termina en el Cielo. Por eso, no concebimos cortarla o aniquilarla en ninguno de sus estadios. No obstante, a El Bautista se la seccionaron con una segur por denunciar las inmoralidades de su tiempo, que sigue siendo el nuestro: avaricia; mentira; vanidad; odio; injusticia... Por eso, ayer fue también es el día de los que claman en el desierto de la justicia, la solidaridad, la generosidad, la verdad, el compromiso... Sólo con sus obras: recias, curtidas e hispidas ante las agresiones del mal, tales como una escueta piel de camello, como aquella que ciñó a El Bautista. Esas personas a veces emergen de la luz cegadora de su humildad y se reflejan en los medios de comunicación cuando la segur del mal les cercena la vida, como en el caso de Eduardo Puelles, al que los herodes y las herodías de esta oscura época han servido su cabeza en una bandeja. Bandeja en la que comen muchos, demasiados. Supongo que no nos gustaría ser unos de los que comen, aunque sea inconscientemente, de esa irisada bandeja de ignominia. Aunque para saber si nos alimentamos de ella hemos de retirarnos al desierto. Allí, además de a nosotros, es posible que nos encontremos con todas esas voces anónimas, o no, que claman la verdad más allá de sus gargantas, aún segadas; aunque estas sólo deslicen un vagido o estén puras en el epílogo de un cigoto. Hoy la vida sigue clamando en el desierto.

* Publicista