El pasado domingo recogía este diario los datos de un informe de la revista Magisterio acerca de la situación de nuestro sistema educativo en un aspecto tan sensible e importante como el fracaso escolar. Los datos sobre Córdoba, referidos a 2006, la situaban por encima de la media española y la cifra de un 32,6% de fracaso representaba la mejora de una décima con respecto a 2002. Los datos son preocupantes porque tal y como se desarrolla la vida académica no hay mecanismos para invertir esa tendencia. La responsabilidad no está en esos alumnos que fracasan, auque haya una parte que les afecta de manera individual, sino que está vinculada a un modelo social que valora más otro tipo de méritos que el esfuerzo y la consecución de objetivos de tipo intelectual. Cuando empecé a estudiar aquel antiguo bachillerato que se iniciaba a los 10 años, recuerdo a mi abuela orgullosa de verme salir cada mañana camino del instituto, pero no dejaba de recordarme las obligaciones y deberes que contraía. Los comportamientos que hoy observo en los centros educativos me dicen que esa valoración de la enseñanza ha desaparecido.

La nueva consejera de Educación afirmó el pasado mes de mayo, durante su comparecencia en el Parlamento andaluz, que el fin de la educación "es civilizar", y para explicar sus líneas de actuación dio a conocer cinco desafíos y veinte líneas de mejora. Me detendré en expresar mis dudas acerca de tres de esos desafíos. Decía Mar Moreno que es necesario "democratizar el éxito escolar, como hemos democratizado el acceso al sistema educativo". Encuentro confusa esa afirmación, puesto no es lo mismo universalizar un derecho que garantizar la consecución de determinados objetivos, aunque se deben hacer todos los esfuerzos necesarios para obtener mejores rendimientos, pero si se me permite una comparación caricaturesca es como si dijéramos que al democratizar el acceso a la práctica del deporte vamos a democratizar también la posibilidad de que cualquiera obtenga una medalla olímpica. No sé si el anunciado programa Beca 6000 para Bachillerato y Formación Profesional tiene ese objetivo, de entrada parece loable hacer un esfuerzo por mantener a ese sector de alumnos en el sistema educativo y "compensar la ausencia de ingresos", como dice uno de los artículos. Lo único que no he escuchado todavía es de qué datos se dispone para justificar desde el próximo curso la necesidad de esta medida.

Sobre el segundo de los desafíos debo manifestar mi incapacidad, o mi falta de competencia, para entenderlo, pues no sé cómo se puede "liderar desde la educación el cambio en el modelo productivo", algo de un calado tan impresionante, sobre todo cuando el profesorado ignora cuál es el papel que debe jugar. Y en cuanto al cuarto, la consejera reconoce que hay mucha gente que trabaja con entusiasmo en las aulas, y que se debe "agrandar la motivación y empequeñecer el escepticismo entre el profesorado". Seguro que la consejería dispondrá de datos que midan y expliquen el porqué de ese escepticismo. Hace falta establecer canales de cara a un mejor conocimiento de las necesidades profesionales de los docentes, se ha abusado de un método unidireccional: de arriba hacia abajo, y en muchos casos con carácter impositivo. Entre las líneas de mejora, la consejera citaba el fortalecimiento del reconocimiento social del profesorado, y hacía referencia a la formación, sin embargo son muchas las trabas que a veces se ponen de cara a algunas actividades de este carácter, en especial si no están bajo el auspicio de los centros de profesores, y por supuesto siempre que sean de tu provincia, cuando todo debería ser tan fácil como el aforismo de Séneca: "Estudia no para saber una cosa más, sino para saberla mejor".

* Profesor