Más allá de la retórica contemporizadora de Estados Unidos y de la Unión Europea, la propuesta hecha el domingo por el primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu, para que vea la luz un Estado palestino contiene tantas condiciones y cautelas que es harto inviable. Ni los negociadores palestinos más posibilistas pueden aceptar unos términos que prevén, en la práctica, la creación de un Estado palestino con la soberanía recortada, sujeto a los intercambios de territorio obligados por el crecimiento sin pausa de los asentamientos cisjordanos y tan alejado de la oferta de la Liga Arabe del 2002 que es imposible imaginar un pronunciamiento favorable de la organización. Más bien cabe esperar el reforzamiento en el bando palestino de las voces más extremistas, cuya prédica sale reforzada del envite y en condiciones de sacar el máximo partido del sentimiento de frustración.

Desde la firma de los acuerdos de Oslo, hace 16 años, la técnica de la ducha escocesa se ha impuesto al respeto por los compromisos adquiridos, el derecho internacional y el cumplimiento de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU referidas al conflicto, que prescriben la retirada israelí de los territorios ocupados en 1967. Durante todo este tiempo, los líderes palestinos han tendido a sobrevalorar sus fuerzas, pero es inimaginable un equipo más moderado que el de Mahmud Abás y, por la misma razón, en mayores dificultades para seguir por la senda del diálogo.