La imagen que simboliza los sucesos de la plaza de Tiennanmen permanecerá siempre en nuestra retina. Recuerdo aún el impacto que me produjo ver a aquel joven chino haciendo frente, con sus simples manos y un par de bolsas de plástico, a una veintena de tanques del Ejército Popular de Liberación. Era la imagen de un verdadero revolucionario del siglo XX. Aquella fotografía, para la revista Life, fue una de las cien mejores de la centuria y, para mí, que contribuyó en demasía a cambiar el mundo, en un momento en el que la televisión, por medio de la CNN, se había hecho global y llegaba hasta nuestros hogares en el momento en que la perestroika de Mijail Gorbachov nos había acostumbrado a las reformas en la URSS, las cuales causarían un efecto dominó muy difícil de parar en China, como no fuese por la fuerza. La fotografía, publicada el 5 de junio de 1989, dio la vuelta al mundo y fue el símbolo recordado de la lucha del pueblo en pro de su libertad. Por otra parte, sería la culminación de las manifestaciones de estudiantes y trabajadores a favor de la democratización de aquel gran país. A fines de los pasados setenta, la nación había quedado exhausta por los excesos izquierdistas de la Revolución Cultural, lo que sería aprovechado por sus dirigentes para decirles a los habitantes del gigante asiático que no había otra salida que producir y consumir más, a fin de poder dar inicio a una definitiva modernización, sin que ésta conllevara pérdida de tiempo en la democratización, al menos hasta que se alcanzara el nivel de vida de Occidente. Esta misma obstinación, unida a los efectos de la inflación y del paro imperante, fue lo que llevó a los estudiantes de Pekín a exigir, no solo una mayor libertad de prensa y de lucha contra la corrupción, sino la modernización también del propio Partido Comunista Chino. Un millón de habitantes se lanzaron a la calle durante la primavera de 1989, en apoyo de las protestas juveniles asentadas en el corazón de la capital, en la conocida Puerta de la Armonía Celestial, al creer que el partido se había corrompido o por el simple hecho de pensar que por entonces las reformas económicas habían llegado ya demasiado lejos. Sabemos de su triste final, con miles de muertos o heridos y con centenares de detenidos. A mediados del mes de abril, tras el fallecimiento del anterior secretario general del partido, el reformista Hu Yaobang, los estudiantes habían dado inicio a manifestaciones pacíficas en diversas ciudades chinas. Hu se había convertido en un referente de las libertades democráticas para todos ellos, cuando se condenaron las reformas políticas de 1987. Durante el mes de mayo, se habían continuado con las manifestaciones en las calles, lo que obligó a que se proclamara la ley marcial, mientras el gobierno se debatía entre el liderazgo de Li Peng y el de Zhao Ziyang. El régimen no supo o bien no pudo hacer nada frente al desafío idealista que se prolongaba ya demasiado en el tiempo. Fue por lo que, el 3 y 4 de junio de memoria tan trágica para todos, el Ejército aplastaría de forma sangrienta aquellas revueltas realistas y espontáneas, que en buena manera se habían radicalizado, al verse en todas las televisiones del planeta. El país no superaría su aislamiento internacional por tan luctuosos sucesos hasta pasados tres años de aquellos, un paréntesis que, al no ser la solución, fue utilizado por las autoridades de Pekín para la consolidación de las reformas que en su día emprendiera el mismísimo Deng Xiaoping, quien como conocemos estuvo siempre convencido de que sólo a través de aquellas se podría sacar al país de la miseria, el atraso y la ignorancia. Jamás renunció él a la teoría de las cuatro modernizaciones, que no pudo llevar a la práctica hasta la muerte del Gran Timonel. Deng sujetó con manos de hierro cualquier disidencia, ya que el anciano dirigente entendió que no se podía perder tiempo alguno en escarceos políticos, mientras su pueblo no saliera de la secular pobreza existente en China. Hoy, fallecidos los responsables, existe un afán de olvido de cuanto acaeciera hace ahora veinte años, prevaleciendo el bien común en ese extraño híbrido entre totalitarismo y capitalismo como es China, que ha impulsado el crecimiento sobre algunas actitudes individuales que aún persisten, pero que sin embargo vuelven para apuntar rasgos por los que se lucharon entonces, seguro que por el efecto de la crisis económica, no sabiéndose realmente si la ausencia de otro Tienanmen se debe a la dicha popular o lo es por la presencia del pánico a que se diera otra represión tan brutal como aquella. Como se sostuviera en un editorial reciente de nuestro Diario, la transición en China de no relacionarse con los EEUU podría correr el peligro de desembocar en una revuelta más extendida que aquella de 1989, lo que nos situaría al borde del abismo de una crisis más grave que la que todavía padecemos en el mundo.

* Catedrático