Como era de esperar desde la noche electoral del 1 de marzo, el PSE y el PP han alcanzado un "principio de acuerdo" por el cual el líder de los socialistas vascos, Patxi López , se convertirá en lendakari, mientras que un diputado o diputada del PP --se habla de Laura Garrido o de Arantza Quiroga -- presidirá la Cámara vasca en la nueva legislatura.

Se confirmará así un histórico vuelco político en Euskadi, que por primera vez desde que rige el Estatuto tendrá un presidente del Gobierno vasco no nacionalista. Este cambio se producirá en virtud de la suma de 38 escaños entre socialistas (25) y populares (13), justo la cifra donde se sitúa el listón de la mayoría en un Parlamento con 75 asientos.

CEÑIR LA ALTERNANCIA A LA ARITMETICA

Sería, no obstante, un gravísimo error ceñir a la aritmética la alternancia en Euskadi. Sobre las espaldas de López va a pesar la responsabilidad de gobernar el País Vasco, un territorio todavía azotado por el terrorismo y que sufre la severa crisis económica general. Es legítimo que el próximo lendakari se apoye en los votos de su partido y en los del PP, pero tiene la obligación de buscar políticas transversales en muchos aspectos para evitar un frentismo --constitucionalistas contra nacionalistas-- que puede fracturar a la sociedad vasca. No lo tiene fácil, pero merece la pena intentarlo.

El PNV, el partido más votado y el que más escaños obtuvo (30), pasa a la oposición después de gobernar en el País Vasco, con distintos aliados, desde los inicios del autogobierno. Pese a la patética falta de realismo mostrada en los días posteriores a las elecciones, los líderes del PNV, Iñigo Urkullu y el lendakari en funciones, Juan José Ibarretxe , tienen ante sí el difícil trance de enfrentarse a una travesía del desierto.

¿TRAVESIA NACIONALISTA DEL DESIERTO?

Los nacionalistas deben optar entre mantener a Ibarretxe como jefe del grupo parlamentario u optar por una renovación de resultado incierto.

El "pacto de estabilidad" recién alcanzado por socialistas y populares afecta a todos los campos de la gobernabilidad, pero exigirá especialmente mucha cintura en terrenos como los medios de comunicación públicos --un tradicional feudo nacionalista-- o la política lingüística, una materia tremendamente delicada.

Habrá que ver si el Gobierno que nombre López es capaz de abrirse a acuerdos con otros partidos, sin desvirtuar un pacto que le da al PP el título de garante del cambio y que, como ya ocurriera con los tripartitos catalanes, va a ser mirado con lupa en toda España.