La vida política española necesita una regeneración inmediata. Los ciudadanos están hartos de ver las mismas caras, de oír los mismos discursos --generalmente vacíos de contenido-- y de escuchar las mismas siglas.

La figura del político está socialmente desprestigiada, entre otros factores, por la profesionalización de la vida pública. Ni se puede llegar a la política sin un bagaje profesional previo suficientemente contrastado ni se puede estar toda la vida profesional en la política. Ser político no puede ser nunca una profesión y debería ser un período de excedencia por tiempo limitado y con un sitio al que volver. A la política se acude a servir a la sociedad y a aportarle a esta nuestra experiencia profesional y personal durante un tiempo limitado. Todo lo demás es un uso inadecuado y espurio de una de las actividades más nobles a las que un ser humano se puede dedicar.

Frente a los profesionales de la política deben emerger con fuerza los profesionales en la política . Profesionales de distintos sectores que, tras una dilatada y fructífera experiencia profesional, tengan la encomiable generosidad de devolver a la sociedad lo que esta les proporcionó a través de su formación académica, empresarial o personal en el pasado. Un ministro o ministra de 30 años es tan ridículamente precoz como un futbolista profesional preadolescente.

Por tanto, es inadmisible que el primer empleo estable de un ciudadano sea un cargo público porque no es de recibo servir a la sociedad sin tener nada que aportar todavía. El ejercicio de un cargo público no puede ser, bajo ningún concepto, algo que se aprenda a la vez que se desarrolla.

Que a la Cámara Alta lleguen jóvenes políticos con escasa experiencia es una contradicción incluso etimológica porque el Senado, de senex (viejo), como su propio nombre indica, requiere políticos expertos con la sabiduría que, a las personas cultas y preparadas, otorga la senectud.

La limitación de mandatos, tan inteligentemente instaurada en la política americana tiempo atrás, debe aplicarse no solo a los presidentes de gobierno sino a todos aquellos que durante un tiempo determinado han servido a la sociedad. La vocación de servicio tiene de loable lo que la vocación de autoservicio de despreciable.

Es éticamente inaceptable que un ciudadano aumente su nivel de vida por entrar en política. Existen casos extremos en la política local, autonómica y nacional en los que el recién llegado pasa de no tener emolumento alguno o percibir un salario modesto a tener unos ingresos muy por encima de la media de los españoles. Es lógico que el administrado, al identificar a semejantes servidores de lo público, desconfíe no solo de ellos sino de todos sus compañeros de viaje.

La salida de la vida pública debe ser tan natural como la entrada en la misma. La reubicación de los profesionales de la política es un serio problema con el que tienen que lidiar los grandes partidos españoles. Es intolerable que se aparque en un despacho en un pasillo de cualquier institución pública a un político con el que no se sabe qué hacer porque no tiene empleo conocido al que volver tras su jubilación de la vida pública. Y es intolerable, entre otras cosas, porque la tarifa de dicho aparcamiento la pagamos todos los ciudadanos.

* Doctor en Medicina y licenciado en Derecho