Ayer, en un parque, presencié una escena representada por un padre y su hijo, que me maravilló, más por la cara que puso el infante que por el truco del padre para atraer la atención del hijo.

El pequeño andaba jugando a su aire y, de cuando en cuando, se alejaba del banco donde se hallaba el padre sentado leyendo la prensa local. Lo llamaba cuando creía que estaba demasiado retirado, pero pocas veces le hacía caso, hasta que tomó una resolución: tomó un bote de plástico y lo llenó de piedras. Llamó al pequeño mientras agitaba el frasco, que emitía un sugerente ruido, y le decía "mira, mira lo que tiene papá, un tesoro-, mira como suena". El muchacho se sintió atraído como si el frasco contuviera una muchedumbre de hadas, que agitaban sus alas y emitían una música hedónica. Así que el hijo corrió hacia el padre con los ojos muy abiertos y con expresión de inocente asombro. Tomó el frasco, lo agitó acercándoselo al oído y después lo abrió, fue entonces cuando la mayor de las decepciones se dibujó en su rostro al comprobar que no había hadas y que, en su lugar, estaban un puñado de piedras como las que había en el parque.

La escena me sedujo y me hizo pensar en la situación que los españolitos currantes vivimos desde hace un tiempo. El gobierno-papá agita el bote de la ley del aborto, de comisiones de espionaje, de la corrupción de ediles, de las tribulaciones del ministro de Economía, de que la palabrería la crisis es de otros , los viajes y cacerías del Sr. Garzón , las ochenta medidas anticrisis y de tantas y tantas piedrecillas que va metiendo en el frasco sugerente de medios gubernamentales, para que al agitarlo distraiga nuestro tiempo de lunes al sol con una música deleitable, que penetra en nuestros incautos oídos tal si fuese canto de sirenas, hijas de Aquelaos. Pero cuando el currante, atraído por la música embrujadora, abre el frasco se dibuja en su rostro una decepción hiriente, puesto que creía que iba a encontrar la solución a su insufrible crisis.

Me identifiqué totalmente con el niño de rostro decepcionado, que tiró el frasco con cierta rabia y volvió a su bola para seguir jugando en el parque. Y yo a lo mío, volví con mis elucubraciones.

* Profesor