El primer armario se abrió con alguna exageración demagógica --ni biológica ni jurídicamente puede llamarse con exactitud matrimonio la unión de dos homosexuales-- y algunos efectos colaterales negativos, pero no cabe la menor duda de que ha sido una conquista social la entronización de la libertad de elección sexual y el respeto hacia los que se desvían de la tendencia amorosa tenida comúnmente por natural. Si el péndulo se fue demasiado lejos fue porque veníamos de tiempos de valoraciones y persecuciones atroces, pero es de esperar que vuelva al centro y se pare.

Rotundamente creo que son buenos toda conquista de la sinceridad y el abandono de la hipocresía, aunque alguna haga falta para andar sin problemas por el mundo.

Si para abrir el primer armario, y salir de él, hizo falta superar valerosamente prejuicios de siglos y firme voluntad, más de lo mismo es preciso para abrir el segundo armario, el de las creencias religiosas; en este país, que ha vivido con el nacional catolicismo no solo con Franco , sino desde muchos siglos ha.

Desde luego, hemos avanzado mucho, pero faltan miles de kilómetros hasta llegar al lugar pacífico en que conviven nuestros coetáneos de países tan civilizados como el nuestro, pero mucho más civiles.

Hace tan solo veinte o treinta años la televisión nacional no se habría atrevido a dejar sin corte de censura una entrevista como la de hace unos meses al entrenador Guardiola , del Barcelona Club de Fútbol. A una pregunta en la que se le pedía que dijera que creía que deparaba Dios para final de temporada a su equipo, contestó lisa y llanamente, con la mayor naturalidad: "Dios no existe". Y ni la entrevistadora se cayó de espaldas, ni los madridistas propalaron en los días siguientes su indignación por tan sorprendente respuesta.

Y como sin duda, guste o no guste, Cataluña está al nordeste del país, en Barcelona han empezado a circular autobuses con letreros en los que se afirma algo tan simple como que es posible que Dios no exista y que se puede disfrutar de la vida sin fe religiosa. Una obviedad para la razón y una blasfemia para los creyentes más intransigentes, aquellos que son capaces de aplastar a alguien para que su alma vaya al cielo.

Desde luego, los letreros de los autobuses barceloneses no son plausibles, porque digan lo que digan los predicadores más feroces ni el ateísmo ni el laicismo hacen proselitismo, porque pueden o deben convivir pacíficamente con las personas religiosas, hasta el punto de que nada impide que se tomen una cerveza amistosamente quien viene de comerse a su dios y quien acaba de dejar en su mesa de lectura actual los libros de Darwin , que en su época no se atrevía a que se hiciera pública en Inglaterra su buena relación con Marx , no por el comunismo, sino por lo que Marx escribía de la religión y de las iglesias. Ocultó temerosamente su ateísmo.

Ser ateo o simplemente agnóstico y manifestarlo públicamente era imposible hasta hace muy poco, reitero, en España a casi todos; los que tenían que vivir de un público y los que tenía que mantener un empleo. Más que imposible, suicida. Aquí lo rentable eran los cursillos de cristiandad, las cofradías, las romerías, las adoraciones nocturnas... etc. Declararse no católico era perder la clientela o el empleo. Ciertas exclamaciones, sin duda groseras y deleznables, las blasfemias, eran delito en el Código Penal. Nada menos.

No teman las personas religiosas, los católicos, que se abra el segundo armario, aunque haya vociferantes añorantes de la exclusiva, el monopolio y los privilegios, que alarmen sobre el "laicismo que nos invade". Ser laico no es un mal, y respecto a nuestro Estado es un imperativo legal, que por cierto se cumple muy defectuosamente como atestiguan los símbolos religiosos en edificios públicos, la supervivencia de cargos tan añejos como los de capellán militar, los funerales de Estado localizados siempre en iglesias... Cuando se abra del todo el segundo armario, la hipocresía se irá al garete, los que se manifiesten creyentes lo serán de verdad, y sus celebraciones litúrgicas serán admirables hasta para los agnósticos de buen gusto.

*Abogado y escritor www.rafaelmirjordano.com