La disposición de España a acoger algunos de los presos de Guantánamo --si las condiciones jurídicas de la operación son aceptables-- expresada ayer por el ministro Moratinos a la secretario de Estado de EEUU, Hillary Clinton , no pasa de ser un síntoma más del cambio, por el momento más intuido que concretado, que empieza a notarse en las relaciones hispano-norteamericanas. Lo cual, no por esperado es menos importante, porque la situación que siguió a la retirada española de Irak (abril del 2004), con el menosprecio de Bush como norma de conducta, no tenía fundamento. Se trataba, en todo caso, de una situación insólita entre aliados.

Hay que considerar, además, las razones prácticas que inducen a Washington a ser particularmente cuidadoso con las relaciones con sus socios tradicionales. En primer lugar, el esfuerzo que les demandará para que se sumen al aumento de efectivos militares en Afganistán. Pero también la necesidad manifiesta de articular una política de seguridad que cuente con la complicidad de los europeos.

Lo mismo cabe decir, en el plano económico, de la necesidad de la Administración del presidente Obama de neutralizar la tentación proteccionista de una parte de su partido mediante la concertación con Europa. Por eso será tan relevante para España la cumbre del G-20 del 2 de abril en Londres como, a efectos políticos, el trato que Obama dé al presidente Rodríguez Zapatero después de cinco años de silencio de la Casa Blanca.