Hay gente a quien, con aviesa hipocresía, se le llena la boca pontificando sobre la soberanía de las mesas de negociación, cuando son los primeros en cerrar un trato a hurtadillas. No es cuestión de tirar de la erótica del poder, pero está visto que los preliminares son esenciales. Un buen acuerdo huele a costillares pasados por la brasa de un asador. También existen otros medios tangenciales. La caza, sin ir más lejos.

Vale, no entremos en los tópicos berlanguianos, con el fieltro verde por montera y ese plumífero tocado que algunos llevan con tanto layo. Cuántas veces tientas y monterías han servido para azuzar prebendas. Y a todos los niveles, que no hace falta ser un Grande de España para escopetear favores. Algunos hay que, para lisonjear a su jefe, le ata la pieza a un árbol, que acaso en el tino del disparo esté en juego un ascenso. Quien puede lo más, puede lo menos. Si esas prácticas son propias de fulano y mengano, imagínense en manos de un ministro y de un juez que fuera de las viñetas parece reencarnar a Narciso Bello . Tras el choque de dos submarinos nucleares en pleno Atlántico, hay fundamentos para las coincidencias. Pero con la canana puesta, y perdón por el chiste fácil, hay presunciones para el desfogue. No será la foto de las Azores, pero también es incómoda esa instantánea con los sucedáneos de las berreas. Corzos abatidos y un retrato para mostrar la solubilidad del poder y el ser en manos del señor Bermejo. Y ni siquiera tenía licencia para cazar en Andalucía. Huelga de jueces y un ministro furtivo, para mosquear a los beneméritos. Para que después digan que no son tiempos fascinantes.

* Abogado