A mediados del pasado mes de enero, en uno de los telediarios de más audiencia de la Uno de TVE, tras la habitual ración de crisis económica, despropósitos políticos y muerte en primer plano que, como siempre, me hizo dudar de mi ya precaria salud mental, el presentador dio paso a una nueva noticia, de signo supuestamente social, que, de entrada, consiguió captar mi atención: "La Arqueología --decía-- es una ciencia en plena expansión que interesa cada vez a más público. Muchos profesionales de otras ramas y personas de a pie no dudan en compaginar sus ocupaciones habituales con la búsqueda de tesoros durante los fines de semana, con resultados sorprendentes...". Al principio iba bien, pero esta segunda parte hizo que sonaran en mi interior todas las alarmas, sorprendido, además, por el tono algo misterioso y enfatizado de presentador y corresponsal, exagerado quizá para aumentar el grado de pintoresquismo del asunto. Hablaban de un grupo de aficionados que, en colaboración con varias instituciones oficiales, se dedican a recorrer los montes de su comarca en una versión contemporánea de Misión Rescate que ¡a veces termina, incluso, con determinadas piezas en los Museos de la zona, donde hoy pueden ser admiradas por el resto de la sociedad...!

Es posible que ustedes, en una primera lectura, se pregunten dónde está el problema, puesto que más de una vez me han leído que el futuro de la arqueología, la conservación y la puesta en valor de nuestro patrimonio pasa, en buena medida, por la implicación activa de la sociedad en todo ello. Sin embargo, si se paran unos segundos a reflexionar, entenderán que para quien se ha pasado la vida formándose para ejercer como arqueólogo, obteniendo primero las titulaciones académicas pertinentes, y luchando después con denuedo para hacer de ella una profesión sólida, solvente y rigurosa, la noticia, y el tratamiento un tanto frívolo de la misma echaban por tierra, en solo dos minutos, el esfuerzo de años. ¿Las razones? Se las explico rápidamente.

En primer lugar, no pueden ni imaginarse lo que cuesta llegar a una televisión nacional con una noticia cultural, máxime si ésta se ha generado en provincias. Cualquiera que vea o escuche a diario los boletines españoles de noticias habrá percibido que se caracterizan por su tremendismo, su negatividad y una buena dosis de morbo. Cuando uno ve un telediario, se pasa treinta minutos preguntándose si en el mundo no ocurren cosas buenas, o no hay nadie que, por ejemplo, haya escrito un libro que no sea Harry Potter . Pues precisamente por ello, noticias como las que ahora les indico, tan poco frecuentes y de tan amplio alcance, supuesta la enorme audiencia de este tipo de programas, deben ser tratadas con el rigor que requieren, sin caer en la superficialidad ni potenciar el amateurismo. No dudo de que el mencionado grupo realice una labor meritoria, que ayuden al museo local y que contribuyan a la localización de yacimientos o a denunciar el mal estado del patrimonio arqueológico en la zona, pero no es a ellos a quienes corresponde esa tarea, sino a los verdaderos profesionales de la arqueología. Aun así, mi mayor grado de indignación va dirigido hacia quienes, demostrando un desconocimiento absoluto de la disciplina, y una falta de respeto aún mayor por quienes nos dedicamos a ella, presentan al público iniciativas similares glosando el intrusismo profesional más escandaloso.

¿A alguien se le pasaría por la cabeza que el presentador de un telediario "vendiera" como la última de las conquistas sociales que cuatro aficionados a la medicina hubieran montado un hospital y ejercieran como médicos sin la titulación adecuada? Ya, ya sé que una vida humana no es comparable con un yacimiento, por importante que éste sea, pero tan intruso es quien cura sin título, como quien prospecta o cataloga sin tener la preparación suficiente, poniendo en peligro la validez de la información recabada, y en cuestión la profesionalidad de quienes sí se han formado para ello. Zapatero, a sus zapatos, oiga. Cada una de las palabras que se pronunciaron a lo largo de aquellos dos interminables minutos pusieron en evidencia ante millones de personas una ignorancia total de los principios conceptuales y metodológicos de la materia, provocando confusión entre los televidentes, que no tienen por qué saber que en arqueología no existe el concepto tesoro, o por lo menos no en el sentido convencional del término. Para nosotros el valor de un objeto depende de su posición estratigráfica y de cómo haya sido recuperado; es decir, de que conserve o no su potencialidad como documento histórico. Lo demás son auténticas barbaridades que deberían estar penadas por ley. Por eso, confío en que los arqueólogos contemos pronto con un colegio profesional propio, capaz de presentar quejas enérgicas ante quien corresponda frente al amateurismo y la frivolización. Y, por favor, olvídense de tesoros ocultos e indianasjones de tres al cuarto. La arqueología es mucho, mucho más que todo eso, créanme.

* Catedrático de Arqueología UCO