Cuando la mayoría se preocupa por la calidad de su vida y llegar a fin de mes, yo siento escalofríos ante las imágenes de la muerte, de los 24 cuerpos hundidos a unos metros de las costas de Lanzarote, sobre todo, de esos 15 niños que se tragaron de una vez todas sus energías y esperanzas, sus sueños y proyectos sin ninguna convención internacional que los protegiese, sin ningún acuerdo bilateral efectivo que detuviese esa pública sangría, que ya inertes son rescatados por las zodiac del salvamento tardío.

Producen zozobra los cupos de detenciones policiales de esos mismos marroquíes que deben ser repatriados por la frontera más barata, que para eso estamos en crisis.

Dan estremecimientos al pensar que los médicos tengan que denunciar a la policía la asistencia a personas enfermas sin documentación como si de apestados en cuarentena se tratase en la república italiana, o cómo en Roma se consigue aislar en los campamentos a nómadas y gitanos, como guetos que es mejor no ver.

Da temblor y espasmos pensar cómo la joven sevillana Marta del Castillo fue brutalmente arrebatada del camino de la vida, con unos medios que acosan y no parecen encontrar barreras. Da pavor, por no decir asco, el cambalache y torticero reparto de favoritismos, prebendas y comisiones con que se sirven tantos servidores, no de lo público, sino de su patrimonio particular. Da aprensión y espanto comprobar como, tras los Madoff y Stanford hay un ejército de cínicos estafadores y demagogos hipócritas de todo pelaje dispuestos al combate.

Es incierto el rumbo. Será verdad que estamos en crisis, y además no es solo económica. Es cierto que en el mundo globalizado de hoy todo está interrelacionado, y que la crisis económica, no la ha provocado ningún cataclismo natural, ningún fenómeno incontrolado, sino que tiene en su origen rostros y nombres, los mismos que levantan muros y sirven a la religión volátil y relativista del dinero, a cualquier precio.

Es verdad que estamos en recesión, no sólo de crecimiento económico, sino de valores morales y de principios éticos. No es esta la ultramodernidad que esperábamos, la que se repliega sobre sus sueños y despierta con las pesadillas de una humanidad sin rostro ni corazón. No lo permitamos.

* Abogado