Se ve que esto de las crisis que estamos atravesando --la económica y la existencial-- va de siglas, o mejor sus soluciones. Recientemente hablábamos del Plan Vive, que ni vive ni deje vivir, y ahora le ha tocado el turno al IVE, que ya no suena como la conjugación del verbo vivir, sino como la del verbo ir; aunque eso sí, irse a la eme, pues hablamos de las propuestas de la futura ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo que la semana pasada presentó la portavoz socialista Carmen Montón en una subcomisión parlamentaría. Todo un eufemismo en el que se esconde la muerte caprichosa del predicamento de un ser humano, esto es, un feto. Pero el asunto no termina aquí. Como resulta que eso de abortar es una decisión volitiva --que queda al libre albedrío de cada una--; personal --que sólo cuenta la persona que decide--; e intransferible --que la decisión sólo compete al sujeto de un embarazo: la embarazada--, pues ¡hala! Ya puestos, que las chicas de 16 años también aborten a tutiplén sin contar con los padres. Total, para lo que sirven lo padres. Por eso, a los que ya lo somos se nos ningunea, y los que pueden llegar a serlo, se les da plena libertad para que no lo sean, incluso antes de que terminen el bachillerato --pues conciliar la vida familiar con la de alumno no encaja en el estereotipo de estudiante del mayo francés--. La cuestión es abortar. Y luego, que las consecuencias físicas y psicológicas del aborto --que las hay indefectiblemente--, marquen de por vida a una mujer precisamente por no poder dejar de serlo. Siento decirle esto querido lector/a, pero corren tiempos difíciles: ni a las crisis se les identifica a tiempo como tales; ni a los padres se les deja ejercer como lo que son; y ni a la mujer se le educa física, emocional y espiritualmente para una de sus potencias y misiones fundamentales, la de madre. Por tanto, hay algo que estorba: la misma vida humana.

* Publicista