Es lo que toca, y no lo digo yo, eran palabras de un reflexivo fotógrafo que, mientras me flaseaba, repetía: ¡Buen examen de conciencia nos haría falta a todos con esto de la crisis! ¡Bien que vamos a pagar la penitencia! Y lo que pasa, aquellas memorísticas retahílas del Ripalda, ahí, en lo más hondo, calladitas desde hace... ¡yo qué sé de años! se me pusieron casi en pie de guerra: examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda, etcétera. ¡Claro que el examen de conciencia, lo primero! Y venía a ser un reflexivo paseo por nuestros comportamientos deshonestos, sucios- inmorales, en una palabra. ¡Y a bien que no aparecían cosillas! ¡Hasta por pensar palabras "feas" había que cumplir una penitencia! Pero mi fotógrafo, con todos los pecadillos superados, se refería, por variar, a la crisis, y yo robóticamente asentía, entendiendo que estaba cargado de razones: coches nuevos, pisos nuevos, muebles nuevos y, ¡venga préstamos y más prestamos! Que si el bautizo, que la si la Primera Comunión, que si el cumpleaños, que si la boda, la feria, el Rocío, la playa y, ¡préstamos y más préstamos! Y añadía contundente y suspirante: ¡Señora, hemos tocado techo y ahora pagamos la penitencia! Yo me preguntaba: ¿y el dolor de corazón? ¿Y el propósito de la enmienda? Porque, ¡claro! para salir de la confesión con la cara bien lavada estos requisitos eran indispensables, y no sé, no sé si puede que se hayan cancelado, con esto de la posmodernidad, porque ¡ni una sóla plaza para comer en restaurante el Día de los Enamorados! Me invitaron, sí, pero mi penitencia fue comer sopita de fideos en casa, con la cuchara de siempre y en la mesa de siempre. ¿A dónde comería mi fotógrafo?

De propósito de la enmienda, nada. Al próximo puente me remito y a los carnavales y a las comuniones... ¡Que no, que no hay plazas!

* Maestra y escritora