El genio británico miembro de la Royal Society y de la Academia Francesa de Ciencias, Charles Darwin (Shrewsbury,1809- Downe,1882), que como naturalista revolucionara la ciencia y de quien el pasado jueves se cumpliera el bicentenario de su nacimiento, con su teoría acerca de la selección natural de las especies acabó con la vieja idea del origen divino de la creación.

Hoy sabemos que sus creencias sobre la evolución han vuelto a cuestionarse por quienes, con el apoyo de la Iglesia católica estadounidense, establecen que el proceso de la vida es demasiado complejo como para ser explicado en términos naturales. El creacionismo científico niega validez a sus suposiciones antropológicas sobre la evolución biológica y cultural, intentando por todos los medios a su alcance que se dejen de enseñar en las escuelas. Los creacionistas, con sus hipótesis del diseño inteligente, doscientos años después del nacimiento del naturalista han vuelto pues a la carga en contra de Darwin, quien durante su juventud también creyó en ellas, como teólogo que fue, entendiendo que todas las especies habían sido individualmente creadas por Dios; pero sus observaciones pronto le harían pensar lo contrario a lo mantenido por él mismo hasta entonces, al sospechar lo que había planteado Lamarck , es decir, que las especies evolucionaban por sí mismas, mientras se adaptan y seleccionan de forma natural en el ambiente que las rodea. Una teoría que revolucionó la época en que le tocó vivir.The Origin of Species , se hizo público en un documento presentado en 1858, siendo al año siguiente cuando lo sacó a la luz como polémico libro, que en ningún sentido es una obra de antropología, si bien por la discusión de su parte segunda debiera quedar patente que sí tuvo una enorme influencia sobre ella, al confirmar algunas hipótesis surgidas durante el Renacimiento y que la humanidad se desarrolló con un esfuerzo a partir de una antigüedad primitiva.

El origen de las especies establecería pues una continuidad para la vida, demostrando cómo la selección natural produce modificaciones en sus formas que conducen a una necesaria evolución, estando todos los organismos relacionados por ser descendientes de ancestros comunes.

Aún cuando Darwin reservó el estudio de la evolución humana y su aparición sobre la Tierra por medios exclusivamente naturales para un segundo libro, publicado en 1871, y titulado The Descent of Man and selection in Relation to Sex , en su obra sobre el origen de las especies ya nos dejó claro que somos un producto más de la evolución biológica. Su estímulo fue fundamental para que se acelerara el estudio de las sociedades creadas por el hombre. Darwin situó a éste como un objeto más del análisis para las ciencias naturales. Un hecho que serviría igualmente para dar a la antropología cultural ese papel tan importante que hoy tiene y que la habrían de convertir, como bien afirmara en su día E. Adamson Hoebel , de una dispersa filosofía de la historia en una ciencia empírica razonablemente ajustada.

Podría pensarse pues que, con la publicación de Darwin de 1859, terminaba así la disputa entre poligenistas y monogenistas, ya que en su estudio se conciliaba y combinaba todo lo bueno de ambas escuelas, si bien no de forma determinante. Su obra supuso el auge de intentos de satisfacer esas necesidades, una culminación a la que aspirarían también cuantos formaron parte de ambas teorías, sin poderlas plenamente lograr por su incapacidad de romper con las estrechas fronteras que a todos ellos les impondría su discurso inspirado por la Biblia. Las teorías de Darwin, por otra parte, fueron un producto inevitable de una fase del desarrollo capitalista de Occidente. ¿Cómo si no explicar que tuvieran tanto éxito precisamente allí donde Jean Baptiste Lamarck con anterioridad había fracasado? En dicho intervalo de tiempo, no cabe duda de que se fue fortaleciendo otra visión más laica del mundo, la misma que posibilitó que Darwin no tuviera como aquél otro científico que luchar tanto en contra de los teólogos, quienes impedirían no sólo en la cuestión orgánica, sino también en cuanto respecta a la evolución geológica de la Tierra. La clave de la evolución fue, pues, la selección natural, que es sólo parte de su esquema conceptual, recalcándose la existencia del azar en dicho proceso de adaptación de las especies como resultado de meros procesos naturales, lo que cuestionaba la idea, defendida hasta entonces por las religiones, de un principio creador, inteligente y exterior. Por ello, sus teorías fueron criticadas por los teólogos más ortodoxos, pero pronto sin embargo se abrirían camino entre los científicos.

Hoy sabemos que la evolución orgánica es una consecuencia de la interacción de procesos reproductores que dependen de la replicación de la información genética codificada en las moléculas de ADN que están en los cromosomas. Sirvan estas palabras como homenaje a su figura.

* Catedrático