Hace algunos días que el PP ha presentado una proposición no de ley en el Congreso para bautizar el conocido aeropuerto Madrid Barajas como Aeropuerto Internacional Adolfo Suárez . La iniciativa, en esta España de contrastes, ya ha contado con la crítica de quienes piensan que se trata de una cortina de humo en tiempos en los que nos jugamos las habichuelas de muchas familias; o a qué viene este cambio de nombre sobre un aeropuerto, y un largo etcétera. Sin embargo, esa crítica ventajista y coyuntural resulta tan minoritaria como inconsistente. Y desde la familia del propio interesado, pasando por todos los presidentes del Congreso, a los principales partidos políticos, a la inmensa mayoría de los españoles les parece acertada.

Y es que las cosas que están bien hechas y son justas y merecidas siempre llegan en buena hora. No hay que esperar a que mejore la productividad, ni que a que se refrene el cambio climático. Cada cosa en su sitio, sin mezclar las churras con las merinas. Decía un viejo ensayista francés, Claude Boiste , que debíamos escribir las injurias en la arena y grabar los beneficios en el mármol, o en los aeropuertos. Sin duda, es inmensa la deuda que este país tiene, incluidos quienes critican la recuperación de su nombre, con quien fuese artífice directo de la transición del sistema democrático a nuestro territorio. Adolfo Suárez, arquitecto de las libertades, catedrático del consenso, espejo de honestidad, se merece todos los reconocimientos que, en los tiempos que corren, además de a su figura, lo son a los valores que deben inspirar la acción política y el bien común.

Hoy, que los titulares vomitan corrupciones y mangoneos de todo tipo y calaña, emergen figuras de una talla histórica incuestionable que, paradójicamente, encontró entre sus filas a sus peores adversarios.

Me alegro de esta iniciativa, y de que recaiga sobre el aeropuerto más importante del reino, el de proyección más internacional, como ocurre en otros estados, por ejemplo el Charles de Gaulle en París, el J.F. Kennedy en Nueva York o el David Ben Gurion en Tel Aviv. Y me congratulo, además, de que se genere consenso sobre esta propuesta de quien quiso recrear, frente a la secular España de la crispación y el enfrentamiento, el Estado moderno y plural del respeto mutuo, de la convivencia en libertad. Ojalá, en estos momentos de incertidumbres y dificultades, sepamos sobrevolar por encima de egocentrismos, y en el espejo de quienes nos precedieron superar nuestras limitaciones.

* Abogado