Cada día se constata que la Iglesia debiera abrir más sus puertas y vanos para que en su seno entre el fresco aire de la sociedad, ya que existe el peligro de encerrarse en un cenáculo seguro, que poco o nada vale para escuchar las angustias y esperanzas del mundo. Miren si no, como simple ejemplo, la apariencia dada en la toma de posesión del arzobispo coadjutor de Sevilla, en una ceremonia oficial tan innecesaria para una simple detentación como plena de políticos que nos representan a todos y con rituales propios del pasado, pero que gustan a los príncipes y prelados de la Iglesia que asistieron al acto, mientras de oro algunos se revistieron hasta la mitra, lo que me resulta cuanto menos llamativo por la sencillez que emanara del último Concilio. El mismo que se anunciara en 1959, en el vigésimo día de otro mes de enero, cuando el anciano Papa Bueno apenas si llevaba tres meses como titular en la sede de Pedro. Ahora se cumple el cincuentenario de su convocatoria, la que tanto sorprendió al mundo por entender Juan XXIII , a pesar de sus 77 años de edad, que había que abrir las ventanas de la institución a fin de que la Iglesia viera lo que fuera existía y, cómo no, para que sus fieles pudieran mirar también hacia su interior. Fue una convocatoria abierta al diálogo más sincero, a la reconciliación y a la unidad, de ahí su título de ecuménico. Es decir, de apertura más allá de la propia Iglesia, a fin de que se pudiera interpelar a cuantas personas de buena voluntad vivieran, debiéndose por tanto superar la cerrazón en la que se hallaba la centralista barca del Pescador. Porque Juan XXIII quiso eso, poner las bases para una democratización efectiva de la institución romana, que hasta entonces no había sido nada más que una simple monarquía absoluta, en la que clérigos y pueblo cristiano constituían dos elementos antagónicos, algo sin duda más propio del mundo Medieval y no del Moderno. Angelo Giuseppe Roncalli quiso siempre la igualdad entre creyentes por el bautismo, ya fueran sacerdotes o seglares, algo impensable en la Iglesia de hoy, y mucho menos mientras se mantenga secuestrada una institución que a fin de cuentas trata a sus fieles como meros clientes. El Vaticano II quiso sin duda otra cosa para los bautizados, pretendiendo alguna fórmula más colegiada para llevar la barca de Pedro , en la que el papel del laicado fuera mucho más determinante de lo que hoy en día es, para que su espíritu, si cabe, prevaleciera sobre la norma, con el fin de que ésta no tomara jamás un valor absoluto, carente no pocas veces incluso de sentido. El Santo Padre abrió un concilio de esperanzas para todos, y no solo para quienes pertenecían a la privilegiada casta sacerdotal, cuando no a los poderes temporales del mundo, que pronto olvidarían el nuevo talante de la Iglesia de Jesús , la que habló de cambio para plantear la unión entre los cristianos o bien del diálogo con el mundo actual, ese que tanto ahora se echa en falta al interpelarla para que crezca desde la base y mantenga a los pobres en su seno, como principal referente inspirador. Son muchos quienes trabajan para que la institución se entregue a lo que de verdad habría de ser su fin más evangélico, creyendo que la fe no está hecha para predicarla, sino para ser vivida, tal como y dijera el alma grande de Gandhi . Entonces será cuando se propague por sí misma. De ahí su especial deseo de una Iglesia más acorde con la Buena Noticia, que debiera comprometerse aún más con la liberación del desfavorecido. Porque Jesús fue siempre un rebelde que optó por el cambio de valores en su sociedad, por eso lo mataron. ¿Creen de verdad sus eminencias reverendísimas que con actos como el efectuado en la urbe de las santas Justa y Rufina o el celebrado, como dijera A. Duato , por Ratzinger hablando de pobreza recubierto en oro durante la misa de Año Nuevo se hace más patente a Jesús de Nazareth? Particularmente, creo que no y por ello me hubiese gustado menos oropel, con dorados báculos y mitras bordadas, y sí, por el contrario, una opción predilecta y compartida con los excluidos y marginados, como principal seña de identidad y universalidad de esa Iglesia libre, viva, valiente y joven de la que Fray Carlos , el cardenal Amigo Vallejo , habló en su alocución, y que habrían de promover los obispos. Lo que no me parece mal, pero haciendo suyas las causas de los empobrecidos. Esa fue la lección del concilio, de cuyo anuncio se cumplen años coincidiendo por cierto con el paso previo a la comunión con los lefebvrianos, al levantarse el día anterior por parte de Benedicto XVI la excomunión decretada en 1988 a los obispos de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X , quienes como su fundador, Marcel Lefebvre , y a pesar de que éste sí firmara sus actas y sesiones, nunca aceptaron el Vaticano II, al igual que quienes actualmente en el fondo se alegran por la Restauración que hoy se implanta en la Iglesia.

* Catedrático