Estas últimas semanas viene ocupando un hueco importante en la prensa de todo el país la polémica sobre el adelanto en el calendario escolar, reclamado desde muy diversas instancias, entre ellas la propia Conferencia de Rectores. Aunque respeto su criterio, en mi opinión, y por enésima vez, se están confundiendo los términos, y las razones tendrían que conocerlas los responsables de las universidades mejor que ningún otro estamento de la sociedad. Quienes nos dedicamos a la docencia (y hablo solo de la universitaria) debemos luchar a diario con el sambenito de que realizamos un trabajo bien pagado, poco exigente y con periodos vacacionales muy superiores a la media, y esta impresión es difícil de combatir cuando tan poco respeto institucional se percibe hacia nuestra profesión y nuestro criterio. Reconozco, no obstante, que en nuestro colectivo hay quienes no cumplen como debieran. Este sí es un problema verdaderamente importante, y a él tendrían que dedicarse con ahínco los equipos de gobierno de las diferentes universidades españolas, procurando corregir actitudes injustificables de apatía, falta de implicación y de compromiso, o ejercicios de irresponsabilidad que claman al cielo y crean agravios comparativos escandalosos. Créanme, aunque algunos lo nieguen, todos los que formamos parte de la comunidad universitaria sabemos que es la pura verdad, y que pasan los años sin que nadie tome las medidas necesarias para acabar con el problema. En esto, los débitos electoralistas, el corporativismo exacerbado, el individualismo, la endogamia atroz que padecemos, y estoy por decir que hasta la libertad de cátedra, son factores que actúan negativamente; cuando sería necesaria una mayor conciencia de grupo, un compartir ideales, un opinar todos en beneficio del enriquecimiento común, un nuevo sentido de la disciplina y del trabajo, para enderezar el rumbo de algo que lo perdió hace ya tiempo.

Aquella imagen negativa a la que me refería hace un momento hace mucho daño a los profesores realmente comprometidos con la institución, que tratan a diario de dar lo mejor de sí mismos y responder con solvencia a cuanto se espera de ellos: que sean magníficos docentes y en consecuencia dediquen mucho tiempo a las clases, las tutorías y la formación dirigida de sus alumnos (de Primero, Segundo y Tercer Ciclo); aún mejores investigadores y, por si fuera poco, competentes gestores, buscando financiación fuera, dirigiendo equipos de trabajo, montando proyectos de investigación que aseguren la transferencia del conocimiento, coordinando las áreas o los departamentos, integrándose en comisiones u órganos de dirección, formándose ellos mismos, realizando estancias periódicas en el extranjero... A veces, quienes de verdad creemos en la Universidad y le dedicamos por entero nuestra vida, tenemos la impresión de que se nos pide tener superpoderes, ser superhombres capaces de trabajar quince horas al día cada día del año sin una queja, al pairo, además, de que unos y otros decidan en nuestro nombre. Porque, ¿alguien se ha parado a pensar que buena parte de las vacaciones hemos de dedicarlas a leer, actualizar los programas y nutrirnos , garantizando con ello a nuestros estudiantes una formación de excelencia; terminar el artículo o el libro que tenemos entre manos, visitar este o aquel centro de investigación, o finalizar tal o cual experimento? Eso, por no hablar de rellenar papeles, porque en estos últimos años las distintas administraciones, tanto de ámbito nacional como autonómico, se han especializado en abrir las convocatorias, necesitadas habitualmente de trámites farragosísimos, en plenas vacaciones de Navidad o en mitad del mes de agosto, en la idea, quizá, de que "es necesario hacer trabajar a esos vagos..."

Debemos ser el colectivo profesional más cuestionado de España, la institución que mayor número de vaivenes y modificaciones ha experimentado en los últimos años; porque no hay gobierno que no se sienta en la libertad de darnos otra vuelta de tuerca, y supongo que en el fondo lo merecemos: por indolentes e indisciplinados. Por eso, más que en modificaciones del calendario escolar que nos van a volver locos (y que pueden traer graves consecuencias desde el punto de vista formativo), nuestros responsables académicos deberían dedicarse a combatir con firmeza la secundarización flagrante de nuestras aulas y, muy especialmente, a devolver la dignidad al estamento docente. ¿Cómo? Pues es bien sencillo: procurando, con criterios de empresa, medidas correctoras expeditivas y eficaces para hacer trabajar a quienes se escaquean, apoyando a aquellos otros que cargan sobre sus espaldas de forma voluntarista y comprometida buena parte del peso de la institución, rentabilizando recursos, mejorando la calidad, y contribuyendo, en definitiva, a limpiar nuestra imagen social. Eso sí nos acercaría de verdad a Europa. Lo contrario será seguir eludiendo la esencia del problema, quizá por un concepto erróneo de las prioridades o tal vez porque, simplemente, los árboles no les dejan ver el bosque.

* Catedrático de Arqueología UCO