Esta ciudad siempre ha vivido mirando excesivamente al pasado. Es tan grande la fuerza de sus raíces que éstas le han impedido en muchas ocasiones alzarse por encima de una memoria que de poco sirve si no permite contemplar nuevos horizontes. La sociedad cordobesa sigue todavía hoy arrastrando demasiados lastres que limitan sus posibilidades y que ahogan con frecuencia el aliento de los que se atreven a dar pasos hacia delante. Somos, en este sentido, tremendamente reaccionarios, miedosos y complacientes con nosotros mismos. No es de extrañar pues que, salvo contadas excepciones, nuestros representantes reproduzcan esos patrones y contribuyan a mantener las claves de una ciudad en la que el tiempo circula a una velocidad distinta a la propia de la sociedad contemporánea.

Tener un pasado como el nuestro, conservar un patrimonio como el que durante siglos dejamos saquear, disfrutar de un casco histórico en el que es tan fácil perderse, puede ser una oportunidad pero también una trampa. En ella han caído insistentemente nuestros poderes públicos y en general nuestros agentes sociales al dejarse llevar por una mirada chovinista y con un cierto olor a naftalina que contrasta con la diversidad de aires que la modernidad hace llegar a nuestras narices. Algo de lo que sabe mucho una clase política local que en los últimos tiempos se ha caracterizado por la falta de valentía y de riesgo, dos apuestas inseparables de la política si realmente creemos en su capacidad transformadora de la realidad.

Pensaba en esta tremenda carga que al final soportamos todos los cordobeses y las cordobesas mientras que disfrutaba de las obras de la colección de Pilar Citoler que desde hace una semanas forman parte, temporalmente, del escenario de esta deseada capital europea de la cultura. Lo hacía mientras que me dejaba perder por el puzzle de sensaciones, de gozos y de malestares, que uno siente cuando el arte contemporáneo le devuelve el rostro como si fuera un espejo. Lo pensaba mientras que reconocía parte de mi mismo, de lo que soy y de lo que no he llegado a ser, en el relato de un siglo XX que durante tres meses podremos disfrutar en una ciudad como la nuestra, habituada a huir del presente y mucho más del futuro. Mirando a la Marilyn de Warhol a los ojos, como si realmente esperara de ella una respuesta, empecé a soñar con la maravillosa oportunidad de que sus ojos me miraran siempre. Como si la mujer morena de Romero de Torres se hubiera transformado al fin en una rubia oxigenada que lleva en su boca entreabierta todos los dolores y todas las promesas de un siglo que nos trajo a este de incertidumbres y barbaries.

Casi náufrago en el laberinto mágico en que se ha convertido el Teatro Cómico, acabé por darme cuenta de que en estas obras reside lo que en gran medida le falta a buena parte de los que, desde lo público, deberían contribuir a hacer efectivo nuestro derechos culturales: visión de futuro, audacia, compromiso con el objetivo de entender la cultura como herramienta para hacernos mejores hombres y mujeres. Por ello, entre cuadro y cuadro, crucé los dedos para que al menos por una vez nuestros políticos no se sientan amarrados por sus hipotecas populistas y no dejen escapar un tren que, de no parar en Córdoba, nos condenará a seguir esperando en la estación.

Atrévanse a descubrir los tesoros de Pilar Citoler. Jueguen con ella a ser piratas que no cesan de buscar el secreto de la belleza, la respuesta a nuestros permanentes interrogantes, la alegría de compartir arte en libertad. Comprueben que en esta ciudad puede existir vida más allá de los partidos en El Arcángel o de las ceremonias heredadas del barroco. Miren los/las "modern starts" y dejen que su mirada se convierta en una exigencia a los que tienen en sus manos hacer posible que Marilyn pasee todas las primaveras por el bulevar.

* Profesor de Derecho Constitucional