Cuando estudié bachillerato, en los sesenta, la Religión era obligatoria en todos los cursos, incluido el último, el Preuniversitario. Si no recuerdo mal, a veces el libro de texto llevaba la denominación de Historia Sagrada, su contenido era una narración de la mitología cristiana desde la perspectiva católica. Me gustaba, además de mi interés por todas las mitologías, porque nos ayudaba a comprender el mundo en el que vivíamos y nos permitía entender la iconografía del arte religioso. Quizás ese conocimiento ha hecho que no me guste esa variedad de manifestaciones artísticas, con honrosas excepciones. También nos fue útil para explicar las costumbres, las celebraciones y los ritos de nuestros pueblos, y es probable que ello sea la causa de que, aun reconociendo sus valores culturales y estéticos, no me sienta identificado con ellos.

La presencia de la religión durante mi infancia y mi juventud me resultó tan abusiva que pronto me condujo a plantearme tal cantidad de dudas que provocaron mi distanciamiento de todo fenómeno religioso, hasta el día de hoy, en que ya no me hago ninguna de aquellas preguntas que en su momento me condujeron incluso a escribir alguna que otra reflexión hoy desaparecida. En mis clases de historia debo hacer referencia en muchas ocasiones a cuestiones relacionadas con las religiones, y he procurado hacerlo con respeto, con objetividad y siempre desde fuera de todas ellas. Sin embargo, he observado que todavía hoy se mantiene una constante, y es que nadie se inmuta cuando hablo de pueblos politeístas en tercera persona, tampoco cuando me refiero a los musulmanes, y sí veo expresiones de sorpresa cuando no utilizo la primera persona y digo "los católicos creen" o "los católicos dijeron", hasta el punto de que en más de una ocasión ha habido quien ha levantado la mano para preguntarme si yo no era católico, pero nunca me lo han planteado con respecto a cualquier otra confesión o creencia.

Esto significa que no ser católico, o al menos no definirse en público como tal, aún extraña en España. No recuerdo las respuestas que he dado en cada caso cuando me han planteado la cuestión, si bien suelo hacer constar que nadie tiene por qué declarar cuál es su religión, y más adelante, en función de las características del grupo, he expuesto algunas consideraciones acerca de mi distanciamiento con respecto a cualquier creencia religiosa. Nunca he hecho proselitismo de algo que considero que pertenece al ámbito personal y privado de cada uno, y por ello no entiendo esa publicidad que va a aparecer en algunas ciudades españolas con el lema de que "probablemente Dios no existe", y me extraña todavía más que haya quienes pretendan hacer una campaña en contra, entre otras cosas porque me parece innecesario.

Volvamos la vista un mes atrás, cuando en los centros de enseñanza públicos se exponían belenes o los montaban los ayuntamientos con dinero y en espacios también públicos. Pero no quedaba ahí la cosa, pues hemos visto balcones y ventanas adornados con banderas en las que se veía la escena de la natividad o el niño Jesús acompañado por la frase "Dios ha nacido". El único juicio que me he permitido sobre esas imágenes tenía que ver con la estética, deplorable en todos los casos, pero no entro en ninguna otra cuestión, si bien entiendo como innecesario realizar ese tipo de declaraciones desde la fachada de tu casa, pero allá cada cual, cuentan con mi respeto a pesar de que ignoren que sobre gustos hay mucho escrito.

Ahora bien, me pregunto qué habría ocurrido si otro conjunto de ciudadanos se hubiesen dedicado a colocar pancartas que proclamaran que Dios ni ha nacido ni nacerá. Muchos hubiesen puesto el grito en el cielo, habrían hablado de una nueva campaña de laicismo y sentirían herida su sensibilidad.

La realidad es que en nuestros pueblos andaluces, cuando se apagan los ecos de los villancicos, ya se oyen los de las cornetas y tambores y de nuevo una manifestación religiosa invadirá las calles. A ello hemos de sumar que los ciudadanos, incluso los no católicos, seguiremos contribuyendo al mantenimiento de una determinada confesión religiosa y que en los centros públicos se mantendrán las clases de adoctrinamiento católico, pero a pesar de todo afirmarán que es insoportable la ola de laicismo que nos invade. Mientras, quienes no nos ocupamos de asuntos divinos miraremos con indiferencia, y si podemos les recordaremos las palabras de Zaratustra : "Este dios que yo he creado era obra de manos humanas y locura humana, como lo son todos los dioses".

* Profesor