Hace poco, en una entrevista de Roberto Loya publicada en Sierra Albarrana (la magnífica revista que distribuye gratuitamente Enresa), Ginés Liébana calificaba a Córdoba de "ciudad saturnal, que se devora a sí misma". Justificaba una afirmación de tan enorme fuerza metafórica en la tendencia observada estos últimos años de sacrificar o intervenir de forma traumática sobre el patrimonio cordobés, en aras de criterios supuestamente contemporáneos que en palabras del mismo Liébana han destruido la imagen romántica de la ciudad, en la que radicaba buena parte de su esencia y de su belleza. Es como si a una persona de noventa años se la viste como si tuviera quince; está en su derecho, sin duda, pero nadie podrá negar que el resultado será, cuando menos, cuestionable.

Viene esta pequeña reflexión al hilo de lo que está ocurriendo con el patrimonio arqueológico de nuestra ciudad desde hace ya algunas décadas. No entro en calificar algunas intervenciones oficiales sobre monumentos emblemáticos de nuestro casco histórico (también arqueológicos, aunque emergentes) porque ya han hecho correr ríos de tinta y sé que no puede llover a gusto de todos. Sin embargo, al margen de normativas nacionales e internacionales que también podría invocar como argumento, estoy de acuerdo con Ginés Liébana cuando afirma que Córdoba, como tantas otras ciudades monumentales (pero en su caso de forma aún más acentuada debido al papel protagonista que ha desempeñado en tantos momentos de la historia), se debe a la imagen acumulada a lo largo de los siglos, porque somos el resultado de todo ello, un palimpsesto envidiable por lo que representa, una síntesis de culturas que muchos envidian y, sin embargo, muy pocos valoran. ¿Cómo, si no, entender que se vengan sacrificando a diario, como algo prescindible, tantos de los restos acumulados en nuestro subsuelo, cuando constituyen una fuente histórica de primera magnitud, que a su valor documental añaden una potencialidad patrimonial y turística sin parangón? Ojo, con esto no quiero decir que todo deba ser respetado; ése es un problema diferente que iré desgranando en sucesivas colaboraciones. No se trata de conservar por conservar, ni tampoco de incrementar la carga sobre los ciudadanos (ya de por sí bastante pesada), sino de no perder conocimiento histórico, y de sacrificar solo lo justo para no renunciar de manera consciente (¿o debería decir inconsciente?) a un recurso cultural y económico formidable.

Sé que muchos cuestionarán estas afirmaciones, argumentando que las Administraciones realizan grandes esfuerzos, o que hoy por lo menos se excava, cuando hace solo veinticinco años ni siquiera existía normativa al respecto; y todo ello es cierto, palabra por palabra. A nadie se le escapa que la gestión de una ciudad histórica tan compleja y rica como es Córdoba resulta extremadamente difícil, por lo que sería injusto dogmatizar sobre un tema tan delicado. No obstante, las cosas son mucho más complejas de lo que parecen y, si echan un vistazo alrededor, comprobarán que después de inversiones millonarias en arqueología los resultados materiales apenas resultan perceptibles; y justamente ahí está el reto. Como ciencia histórica, la Arqueología tiene sentido por cuanto contribuye de manera determinante a reconstruir las sociedades pasadas a través del estudio riguroso de sus restos materiales, pero esto no quiere decir que excavar sea ineludible. Incluso hoy, en tiempos de crisis, sobra movimiento de tierras y falta reflexión y estudio, sobran hallazgos de pandereta y faltan resultados; porque una excavación sin interpretación histórica, o sin un plan detallado para la conservación, puesta en valor y divulgación de los restos, de arqueológica sólo tiene el nombre. Córdoba necesita con urgencia una planificación que decida qué imagen de la ciudad queremos legar a nuestros hijos, y que permita la máxima rentabilización de nuestros escasos recursos, primando las intervenciones en función de prioridades previamente consensuadas.

Quizá a muchos les sorprenda saber que una de las primeras medidas implantadas por la nueva normativa municipal desarrollada en el marco del último PGOU (Plan General de Ordenación Urbana) y del Pepch (Plan Especial para la Protección del Casco Histórico) fue la zonificación del espacio urbano, estableciendo por primera vez áreas de reserva arqueológica que no podrán ser intervenidas bajo ningún concepto, en beneficio de aquéllos que nos sucederán en el tiempo, a quienes estamos privando de manera irreversible de un pasado monumental acumulado durante cinco mil años. Se trata de una medida de enorme alcance, que garantiza la conservación de al menos una parte de los archivos del suelo para la investigación y su posible explotación cultural (en el sentido más amplio de la palabra) por la Córdoba del futuro. Solo que, si de conocimiento y rentabilización del pasado estamos hablando, ¿por qué, incomprensiblemente, dejamos para mañana lo que podríamos hacer hoy...?

* Catedrático de Arqueología UCO