Los escasos agitadores políticos y culturales que asoman sus opiniones en la gran prensa europea coinciden en que la única esperanza blanca que le queda a nuestro mundo próximo en este momento es un negro llamado Obama . Tan bajo ha dejado Bush y su grupo el crédito de lo público, tan maltrecho su país y tan al borde de la ruina a Europa, que un político sólo aseado, pero limpio y de sana ambición, se ha convertido de súbito en el salvavidas que confiamos que nos lleve a la orilla segura. La esperanza y la sensatez, de nuevo, convertidas en las palancas que mueven nuestros sueños y la respuesta cuando solo hacíamos preguntas. No se trata ahora de lapidar con palabras la ejecutoría de Bush, ¡es tan evidente su catastrófica obra!, ni de anticipar parabienes y glorias sobre el nuevo presidente norteamericano que parece llegar. En estas semanas acaso convendría reflexionar un instante sobre por qué el ser humano cree con tan bobalicona y placentera facilidad en los discursos y juegos de manos de esos vendedores de crecepelo que se instalan periódicamente en el centro de nuestras plazas prometiendo el oro y el moro en forma de suculentos intereses para nuestras cuentas corrientes, facilidades sin cuento para acceder a las mejores viviendas, seguros de vida que nos traen la paz para siempre, empleos de calidad... Esas certezas son falsas siempre. El dinero y las riquezas universales son como la felicidad, quimeras que sólo disfrutan muy pocos siempre y en ocasiones la gran mayoría. Así que no nos engañemos con Obama. El sueño que promete no deberíamos entenderlo como la felicidad que vuelve a amanecer, sino solo como el sano y reparador dormir cotidiano. Siete u ocho horas de cama y después a la calle, a pelear.

* Periodista