Los silbidos dedicados a La Marsellesa por espectadores franceses de ascendencia tunecina que el pasado martes acudieron al Stade de France, en París, a presenciar el amistoso Francia-Túnez, son un indicio más de la crisis social que zarandea de vez en cuando a la sociedad francesa, cuya máxima expresión son los disturbios que periódicamente se registran en las banlieues de París y otras ciudades. Aunque el presidente Nicolas Sarkozy se ha envuelto en la bandera para afrontar el asunto, se trata de un problema social, económico y político que atañe a una comunidad --la de ascendencia magrebí-- que se siente defraudada y condenada a la cultura del gueto. Desde luego, el significado de La Marsellesa en la tradición política europea excede la simple condición de himno nacional de Francia. Pero para los jóvenes que la silban, lo único que verdaderamente importa es que se trata de la referencia musical del país en el que viven en condiciones muy poco confortables. En el caso de los protestatarios del Stade de France, tienen menos importancia la información y la educación recibida en la escuela en torno al significado implícito del himno --los valores de la revolución francesa-- que las ganas de reivindicar sus raíces. Suspender los partidos en los que se silbe el famoso himno, como propone Sarkozy, derivará, como poco, en el disgusto de los espectadores y, en el peor de los casos, en situaciones de riesgo. Pero en ningún caso será útil para abordar el fracaso del modelo de integración francés.