Juan Pablo II nos habló de "la vuelta de los mártires" en su Carta Apostólica Tertio milenio adveniente del 10 de noviembre de 1994: "Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires. Las persecuciones de creyentes --sacerdotes, religiosos y laicos-- han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo. El testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes... Es un testimonio que no hay que olvidar"(N.37). Y es que nunca antes del siglo XXI ha habido en la historia de la Iglesia tantos hombres y mujeres que hayan llegado a ser testigos de la fe mediante la entrega, tantas veces callada y silenciosa de sus propias vidas. Algunos hicieron de su trabajo apostólico una profecía que en un momento histórico nos ha ayudado a otear con claridad los caminos del futuro, otros no solo nos han ayudado a dar razón de la esperanza sino que también se han convertido en semilla sembrada, regada y fecundada con su propia sangre. Los profetas y los mártires tienen en común el haber permanecido en sus puestos y mantenido la fidelidad a su compromiso de anunciar el evangelio y de servir a los más necesitados en situaciones de conflicto, violencia y pobreza.

Decía el mártir Mons. Romero : "La persecución es una característica de la autenticidad de la Iglesia. Una Iglesia que no sufre persecución, sino que está disfrutando de los privilegios y el apoyo de las cosas de la tierra, tiene razones para temer que no es la verdadera Iglesia de Jesucristo" (homilía de 11 de marzo de 1980). El martirio y la persecución dan un sello de autenticidad a la misma Iglesia.

Para este año 2009 el lema elegido por la fiesta del Domund por la Iglesia es Como Pablo, misionero por vocación . Recordamos su vida y tenemos la impresión de que mucho tuvo que amar a Jesucristo como para entregar generosamente su vida a favor del Evangelio. Se dedicó a llevar, con su palabra y con su vida, la luz del Evangelio y, como embajador de Jesucristo, lo hizo presente en todos sus abundantes viajes. Por ello exclama: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 15,16). La humanidad tiene necesidad de ser liberada. La creación misma sufre --dice San Pablo-- y alimenta la esperanza de entrar en la libertad de los hijos de Dios (Rm 8,19-22). El Papa Benedicto XVI dice en su mensaje para el Domund que estas palabras son verdaderas también en el mundo de hoy en que la violencia marca las relaciones entre los individuos y entre los pueblos; la pobreza, con "supercrisis" permanente, oprime a millones de habitantes; las discriminaciones y, a veces, las persecuciones por motivos raciales, culturales y religiosos empujan a muchas personas a huir de sus países para buscar en otros lugares refugio y protección; el progreso tecnológico y armamentista, cuando su finalidad no es la dignidad ni el bien del hombre, corre el riesgo de agudizar desequilibrios e injusticias ya existentes.

Es por todo esto por lo que este día del Domund (domingo 19 de octubre), Jornada Mundial de las Misiones, nos ha de animar, frente al secularismo, y más que estar a la defensiva, a tomar una conciencia renovada de la urgente necesidad de anunciar el Evangelio, a no perder la tensión misionera, a salir a las plazas y caminos, como Pablo, para dialogar con la cultura de hoy y con el hombre de hoy sin renunciar a ofrecer lo que se vive y experimenta con gozo, la vida de Jesús que cura y sana los corazones de los pobres y afligidos por la injusticia y el desamor; y que la colecta que se hace en todas las parroquias y comunidades sirva de formación en la responsabilidad misionera de los creyentes, y a alimentar la comunión de bienes y de personas entre las diferentes partes del mundo, Cuerpo de Cristo. Por cierto que es digno de mencionar la generosidad de los cordobeses pues Córdoba es la sexta ciudad de España en donaciones y en solidaridad.

* Diplomado en Ciencias Religiosas