En cierta ocasión le preguntaron a John F. Kennedy si creía tener la gran inteligencia que se le atribuía. Respondió que siempre había tenido la inteligencia de elegir colaboradores valiosos.

Cualquiera con buena parte de su vida vivida, si mira atrás y recapacita, en seguida comprobará cuánto de lo que ha hecho o le ha sucedido se debe, para bien o para mal, a sus colaboradores.

Si medita, razonará que unos fueron elegidos y otros se acercaron o pidieron colaborar por sí o mediante terceros. Incluso a los que en principio parecen claramente elegidos --el cónyuge, por ejemplo-- pueden que no lo fueran tanto y la verdad sea que quien se cree elector fuera en realidad el elegido. ¿No es así casi siempre en las relaciones hombre-mujer?

No quiero desviarme del propósito de este artículo, que me ha venido a las mientes después de que en las palabras de agradecimiento al serme impuesta la medalla del mérito a la Abogacía, destacara yo como lo mejor de mi obra los más de cincuenta abogados que en mi bufete se han formado, más o menos parcialmente, y entre los que hay muchos muy buenos, con grandes despachos o con puestos de responsabilidad y magisterio en la abogacía y en la justicia.

En la hora necesariamente de justificación --auto bombo si se quiere-- me referí exclusivamente a la obra formativa realizada y a sus resultados, óptimos frecuentemente, pero no lo hice, en dirección inversa, a lo que el colaborador aporta o resta, partiendo de la base de que la mayoría de quienes llegaron a mi bufete como pasantes o colaboradores lo hicieron a petición propia y con el respaldo de su currículo o de una influencia bien traficada. O sea que lo bueno me vino más por azar que por haber tenido la inteligencia seleccionadora de Kennedy, que sólo tuve en casos concretos.

No todo ha sido gloria naturalmente: a mi despacho vino alguno cargado más con rotuladores de colores para subrayar que con ánimo de someterse al esfuerzo que yo exigía, y alguno se fue llevándose algún cliente mío, supongo que con la oferta de prestar igual servicio y de cobrar honorarios menores. En todos los órdenes de la vida hay pescadores que ante la dificultad de sacar el pez del mar embravecido, optan por lo más fácil, coger el pez ya pescado de la cesta del pescador de al lado.

Lo más frustrante para un maestro es la frustración del buen discípulo por motivos ajenos a él. Uno de los mejores abogados formados en mi bufete fue una mujer, que recuerdo exquisitamente educada, que además tendía a la especialidad del contencioso-administrativo, entonces rehuida por la mayoría. Se casó, pronto tuvo el primer hijo y siguió su trabajo normalmente, y pronto tuvo el segundo, que resultó llorón nocturno según se apreciaba en las ojeras mañaneras de la madre; pero ella siguió. Más también vino pronto el tercero, no sé si igualmente llorón nocturno, y ahí acabó la trayectoria profesional de aquella buena abogada en ciernes. Entendí y sufrí, como si fuere en familia propia, el problema tremendo de las madres trabajadoras, que difícilmente tendrá buena solución, por mucho que se haga ministra de defensa -antes, de la guerra-- a una mujer embarazada.

Las primeras tutelas profesionales las hice con mucho esfuerzo, en primeras épocas de dieciséis horas de trabajo. Esfuerzo porque jamás dejé solo y desvalido a un aprendiz ante un montón de jurisprudencia o un expediente en tramitación; buscaba la ocasión de marcar una dirección o de sembrar una sugerencia, de manera que no pareciera lección aunque lo fuera. En esa época durísima, sin vacaciones de agosto incluso, tuve que renunciar a muchas apetencias personales y que reducir al mínimo mi segunda condición vital, la de escritor.

Pero precisamente cuando fueron quedando en el bufete como colaboradores quienes entraron como pasantes, y cuando llegaron directamente a mi despacho abogados ya bastante hechos, para colaborar, mi vida entró en parámetros de normalidad y pude recuperar tiempo para el sueño, para el ocio, para la escritura, y para ejercer con cierto desahogo mi abogacía...

No solo por esto, estos colaboradores merecen mi agradecimiento, sino también porque se convirtieron en amigos, con amistad que hoy perdura.

* Abogado y escritor