Aunque ahora sea la crisis económica y sus pseudónimos lo que copa casi todos los titulares de prensa, sigue habiendo otros muchos problemas que acucian a la sociedad, y por desgracia menos coyunturales que la desaceleración del gasto y el consumo. Uno de los mayores es la escalada de violencia contra la mujer, que crece a pesar de que exista desde hace cuatro años una ley contra los malos tratos que le da más protección jurídica, y unos ciudadanos mucho más sensibilizados --al menos de boquilla-- contra las agresiones a mujeres por parte de sus parejas. Veintiocho muertes en lo que va de año en España, cinco de ellas en Andalucía incluida una en Córdoba (la de la anciana de Carcabuey recientemente asfixiada por su marido con una venda) son una sangría demasiado cruel como para ignorarla. De ahí que todos los gritos de alarma sean pocos para poner freno a tanto desvarío. Una de esas voces ha sido la del obispo de Córdoba, Juan José Asenjo , que ha escrito una carta en la que invita a las parroquias y a Cáritas a "acoger y ayudar con amor" a las víctimas de la violencia de género, mientras encomienda a los centros de orientación familiar de la capital, la Campiña y la Sierra "acompañar a los matrimonios en dificultades". Unas palabras cargadas de buenas intenciones las del prelado --hombre que mientras mira al cielo no olvida los asuntos de aquí abajo-- que ponen el dedo en la llaga al recordar que el endurecimiento de las medidas contra el maltratador "no es suficiente para salvaguardar la dignidad de la mujer". Algo que sólo se conseguirá, añade Asenjo, erradicando los factores de tipo cultural que engendran la violencia. El reto es complicado, pero está bien que la Iglesia se implique sin medias tintas en un drama tan candente.